¿Se puede ser santo sin ser fraile?


Al revisar el santoral de la Iglesia Católica sorprende un tanto ver la escasez de laicos santos. De ahí no falta quienes al no sentirse llamados al camino religioso, dejan de lado la llamada universal a la santidad, por considerarlo un tanto alejado de sus posibilidades.

Sin duda, y ante la agresión del mundo con sus ofertas de consumo instantáneo y sin cuidar la moralidad de seguir tales conductas, resulta un atractivo comprado por muchos, pues muchos son los repertorios de ofertas habidas desde la infancia.

Se puede llegar a pensar que algo tan compartido, público, es normal. Pero se nos olvidan las raíces, el sentido de nuestra existencia. Para no adentrarnos en casos quizá poco conocidos, citaremos con un tanto de rubor, que las personas como nosotros más santas de la tierra, han sido María y José.

Estos personajes vivieron en el ambiente común de entonces, hace ahora veinte siglos. Tan es así que sus parientes y contemporáneos del pueblito de Nazaret, una villa con poco prestigio entre los judíos de su tiempo, se extrañaron al oír predicar a Jesús, su hijo, sobre el "Reino de Dios", ya presente en su persona entre las gentes de su tiempo. Nunca le habían oído hablar así al que ellos conocían como el "hijo de José", según nos cuenta san Lucas en su evangelio. Un personaje normal, sin más.

Entonces, la santidad, podemos deducir, no consiste en retirarse del mundo, como un desprecio a lo que había salido de sus mano. No hace falta ser "fraile" para alcanzar la santidad, aunque es algo formidable para quienes, desde san Bernardo, creador de la frase contemptus mundi, en el siglo XI, está llamado a seguir ese camino, más en la línea de san Juan Bautista, pariente de Jesús, que en el modo de vida de la Sagrada Familia de Nazaret, de María, José y su hijo.

No parecería adecuado que el Creador del hombre, haya dispuesto el logro de la vida eterna al dos por ciento de la población cristiana, por ejemplo, pues sólo ese es el mínimo porcentaje  del que forman parte  los sacerdotes y religiosos. El resto, los ciudadanos corrientes, tendríamos que vivir en este mundo esperando a ver si nos toca la suerte de alcanzar la salvación.

Se ha dispuesto la salvación eterna para cada uno de los hombres creados, desde los tiempos de las cavernas hasta el día de hoy. Mientras quienes no conocen a su Creador deben guiarse por la ley interna de su corazón, los otros deberán obedecer los Mandamientos. Pero todos tienen su llamada y la gracia para seguir los dictados de la moral.

Por eso nos encontraremos con gentes venidas de todos los rincones de la tierra, de todos los caminos, invitados al banquete de bodas. Mientras aquellos que disponían de lo más necesario y se les había invitado desoyeron la llamada.

La vida en los monasterios y conventos poseen la gracia de poseer  una gran vocación y serán salvos si son fieles  a ella. Asimismo, quienes viven fuera, pueden alcanzar la vida eterna santificando los deberes ordinarios de sus tareas cotidianas, bien sean barrenderos o ministros.

Y unos y otros necesitan guía para no salirse del camino trazado, es decir, hacer bien lo ordinario, cada día. Ahí es donde podemos encontrar a Dios, y luego encontrarlo para siempre.



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