El tiempo es un don; y aprovecharlo bien es un agradecimiento al donador

 


Vivir como si el tiempo  nos perteneciera, es un desatino. Todo en esta vida debe ser bien administrado: el tiempo, la vida y la relación. Somos seres en relación y sólo tenemos una vida, dada, mientras dure el tiempo.

En la otra vida ya no tendremos tiempo, y las prerrogativas se acaban. La voluntad se fija en lo querido en el último instante, según el libre albedrío que elige    entre bienes o males.

Ya no podremos elegir porque se acabó el tiempo y se respeta lo deseado por la voluntad hasta ese momento. A partir de entonces no hay más cambios y se encuentra uno con la posesión hecha en las elecciones durante la vida. Al constatar la correspondencia entre lo obtenido y lo querido, se confirma el significado de la justicia: se obtiene el bien quien así lo quiso, y  el mal a quien así lo deseó.

Por eso apreciamos, o deberíamos, el valor del tiempo. La libertad, un verdadero regalo con la existencia, se nos da para elegir bien, lo correspondiente a nuestra naturaleza. La felicidad eterna, y también la terrena, depende de esa elección personal libérrima. A nadie se puede culpar del resultado, excepto a uno mismo. 

En eso consiste la parábola de los dos hijos a quienes el padre de familia envía a trabajar al campo. Voy --dice uno-- a trabajar el campo, pero  no va; o, por el contrario, dice el otro hijo que no va, pero enmienda el juicio y va  a laborar según lo pedido por el padre.

Pero, aún, queridos amigos, queda un poco de tiempo.




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