Natalidad es vida; sin ella, la esperanza se agosta


Sombras de muerte se ciernen en medio del ruido y de las siluetas de violencia en auge, sin control. ¿Pesimismo? Veamos.

Podemos elegir un dato, de un  país, modelo de otros muchos. Se ha hablado mucho de la presencia de los moros en España durante casi ocho siglos. Su presencia no consistía en un continuo guerrear con los conquistados, aunque se dieran escarceos aquí y allá, hasta que los Reyes Católicos reinstalaron el dominio en 1492 uniendo a los reinos divididos, y con la conquista de Granada. 

Pero ahora, no es así. No hay moros, aunque no cejan de asaltar España un constante flujo de barcazas repletas de africanos. El problema consiste, por primera vez en la historia de España, en una disminución de la natalidad en un 27% en una década: de 454,648 nacimientos a 329,251 en 2022. 

La cifra, si bien es alarmante, no lo dice todo. De los nacidos en ese año, la mayoría (165,062) proviene de madres no casadas. Es decir, el matrimonio deja de ser la institución clave para formar una familia, y el sexo se convierte en una diversión placentera más, dominante en las relaciones sociales.

Por supuesto, la tasa de natalidad no alcanza para mantener siquiera lo requerido para conservar el nivel de los nacimientos requeridos para el reemplazo, es decir, la tasa actual de 1,16 hijos por mujer, no llega a los 2,1 necesarios para mantener el equilibrio.

Por supuesto, el hueco creado en el natalicio facilita la llegada de personas provenientes de otros países. Es una especie de conquista pacífica, que viene a dar la puntilla al predominio de los valores morales, prevalecientes casi desde los principios del cristianismo. No en vano, el apóstol Santiago en Mayor ya se paseaba por las orillas del río Ebro  en Zaragoza en los albores del siglo I. 

La conclusión es clara: sin natalidad, no hay vida. Y sin vida, la esperanza de un pueblo, se marchita.


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