Progreso o esperanza, desintegrar o integrar


Volver a los comienzos..., imposible. Nos espera, parece, la desintegración irremediablemente. Seremos polvo, sí, pero sin volver a la nada. Siempre quedará ese algo que nos hace ser lo que somos, aunque en un orden distinto. El espíritu regirá el nuevo orden a la materia.

La muerte no es el fin; se cambia el orden de la vida. La desintegración aparente se integra en nueva forma. El hombre no desparece con la muerte; se cambia para siempre.

Así, el progreso es un avanzar en línea recta sin fin, una especie de condena fútil donde ni siquiera alguno se cruza en el camino solitario para preguntarle la hora o cuántos kilómetros  faltan para llegar a alguna parte.

La esperanza, sin embargo, va integrando el cuerpo y el espíritu y es éste  el que va dando sentido a un cuerpo cada vez más ágil. El polvo se va quedando en el camino como señal para quienes vienen detrás. Hay una luz en el horizonte, y si bien no se vislumbra el campo alumbrado, se contenta el caminante al sentir que la nada no existe, y lo que es queda cada vez más cerca de Dios. No está solo. Y hay alguien esperando... más arriba.

Cuando ya en el siglo XVIII se comienza a hablar de progreso, comienza también la idea de desintegración. La bomba de Hiroshima en 1945 no es  sino todavía un paso más en el camino destructivo del progreso. Con este nombre de progreso se quiere estimular el alma de ese caminar solitario a ninguna parte. Le falta el espíritu, o la esperanza.







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