Siguiendo a la fiesta (II)

Quizá puede causarnos extrañeza que la acedia para Santo Tomás fuera un pecado contra el tercer mandamiento. El tercer mandamiento prescribe la santificación de las fiestas, y la acedía, se considera por muchos como como el nombre latino de la "pereza", es decir, quien no quiere ser lo que Dios quiere que sea.

Aquí advertimos que lo opuesto a la acedía no es el activismo laboral, sino el descanso del espíritu en Dios. Pero el ocio es una actitud receptiva, contemplativa, del ser. Es el abandono festivo, más allá de lo propiamente humano, cuando algo divino mora en él ---nos diría Aristóteles.

Por eso es una pena ver cómo muchas de las instituciones de enseñanza se han convertido en lugares de instrucción profesional preparándose para someterse mañana al proceso laboral como funcionarios donde se recibe una paga como compensación, algo muy distinto de los "honorarios", un merecimiento para el sustento suyo y de la familia.

 De esta manera, en el ocio hay relajación, falta de esfuerzo y el ejercicio del ocio necesarios para celebrar la fiesta, un sentido derivado del culto, para esos tiempos exclusivos propiedad de los dioses. Esto es el "séptimo día" que nos describe la Biblia, un tiempo dedicado a la "fiesta" donde se ofrecen voluntariamente sacrificios, es decir, algo no "utilitario", fuera, más allá del mundo laboral.

Por tanto, la schola se fundamenta en el culto, es el ámbito de la cultura. Pertenece a la naturaleza del culto --como afirma Josef Pieper, de quien hemos sacado buena parte de estas consideraciones-- que tenga su "origen en un precepto divino". Es lo que hoy se sigue llamando feria.

Dicho de otra manera, por medio de las cosas visibles, somos arrebatados a la realidad invisible. Por eso, el hombre creado para trabajar se transporta por ese medio a un día perenne de fiesta.