Ser receptivo: el secreto de la normalidad


Estamos tan acostumbrados al activismo, que se nos olvida ser normales. Es decir, podemos matar a esa dimensión del hombre que nos acerca, que nos hace angélicos.

La "actividad incondicionada" lleva a la "bancarrota", como pronosticaba Goethe. No deja escuchar a dónde vamos ni por qué. Se llega a pensar que la razón es puro esfuerzo, sin ver esa otra parte de contemplación donde el intelecto se dedica no a hacer sino a recibir.

La famosa "empatía" es descanso, un dejarse asombrar por el otro al ir conociendo su ser y su querer, y por lo que está delante de mí. Así se da la contemplación, sin trabajo, en silencio, descubriendo entonces lo que me es dado, las cosas, la realidad. Para ello, hay que "formarse", sin distraerse con las especializaciones, ese mirar parcial y específico, que no deja ver el todo.

Con esta aseveración no estamos hablando de la inutilidad del trabajo ordinario. Por el contrario, se logra con esa mirada parcial, avanzar en lo concreto pues es la manera ordinaria del actuar humano.

Pero, hay algo más que un prosperar en la consecución de fines. No se trata sólo de "servir" a los demás, sino de buscar, como está indicado, la "perfección" en lo que se lleva entre manos y en lo "inútil".




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