El último momento de la vida


El buen ladrón.



Érase una vez...

Prácticamente todas las luces del entorno se van entibiando. Se ven figuras humanas borrosas en torno al lecho. Se barrunta el final. Alguno de los asistentes no puede contener las lágrimas. Llegado este momento, algunas congregaciones religiosas suelen entonar el Salve Regina, unidos todos en procesión. Pero la mayoría de los mortales, suelen observar con fijeza los últimos momentos de la vida del pariente o del amigo. Aún no es el fin, pero...

En algunos casos, lo que parecía el "último momento" se alarga más de la cuenta. Y pasan las horas en la presencia de una agonía, palabra derivada del griego que significa "lucha", "angustia". La separación del alma del cuerpo no es a veces cosa fácil. Conviene estar cerca de la persona agonizante, con un sacerdote si fuera posible, para darle la absolución cuantas veces sea necesaria, pues no sabemos cual es la última treta del diablo, siempre dispuesto a robar un alma induciéndole pensamientos conducentes a la desesperación, hasta el agotamiento.

Estamos en el mes dedicado a las almas del purgatorio. Allí están, seguras de su salvación, todas las ánimas con algún pendiente en su purificación. Murieron en gracia, pero les falta pagar, de alguna manera, lo debido por esos pecado cometidos por los que no se ha satisfecho la pena debida. No tenemos ni idea cuánto "tiempo" puede durar esa espera. Los tiempos del "más allá" no coinciden con los de "aquí", por un lado; pero tampoco sabemos cuánto se debe pagar por las deudas contraídas.

Se cuenta, por ejemplo, que la vidente Lucía, todavía una niña, le preguntó a la Virgen por tres amiguitas de la familia. Dos de ellas, le respondió María, ya están en el cielo; pero la tercera deberá permanecer en el purgatorio hasta el fin del mundo. Claro está, no entendemos esa sentencia dictada por la "misericordia" divina para hacer "justicia" en cada caso. Sin embargo, son muchos los remedios dados por la Iglesia para paliar, y, a veces, eliminar completamente, la pena debida.

En la vida de un santo, quizá no muy conocido, Juan Macías (1585-1645), nacido en la provincia de Extremadura, España, y fallecido en Perú, como hermano lego de la Orden de Predicadores, compañero de san Martín de Porres, confesó al  superior del convento en sus últimos días, que en una "revelación" privada se le aseguro que había sacado del purgatorio, nada menos, que 1 millón cuatrocientas  mil almas,  a base de rezar el Rosario. Es decir, es mucho, muchísimo,  lo que podemos hacer desde aquí por esas benditas ánimas; asimismo, es impresionante lo que ellas pueden hacer desde "allá" por nosotros.

Para concluir, podemos pensar lo que se puede hace en el último momento de la vida. Una viuda se acercó llorosa al santo cura de Ars, porque su marido se había suicidado arrojándose de un puente al río. Él santo la consoló con estas palabras: Piense, señora, que entre el pretil del puente y el río hay tiempo para bien arrepentirse. Es como si la historia del "buen ladrón" volviera a repetirse: con un acuérdate de mí, fue suficiente para ser el primer santo de la historia.

Ahora bien, debemos procurar no dejar el arrepentimiento para el "último momento"; no vaya a ocurrir como les sucedió a la "vírgenes necias" que a su vuelta de comprar aceite para sus lámparas, encontraron la puerta cerrada y no pudieron entrar a la boda.




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