Lo más grande (la libertad interior) en lo mínimo










La libertad, después de la vida, es el don más grande recibido por el hombre. La riqueza de este don, nadie la puede quitar; y sin ella, nada se puede alcanzar.

Se puede emplear la libertad, bien e favor de uno mismo, o en beneficio de otro. Estos usos guardan entre sí una distancia abismal, aunque nunca acaban de separarse.

El deseo de complacerse a sí mismo equivale a la visión griega del "eros", y la de entrega de sí mismo al "otro" viene a ser la noción de "ágape". El amor de amistad (philia) vendría a ocupar un lugar intermedio, si así se puede hablar, entre "eros" y "ágape", ese "amor" destinado a un padre, un hermano o un miembro del clan familiar, la esposa, siempre un deseo de cosas buenas y de felicidad.

Pero estos "deseos" son para uno. Queda lejos la figura del "otro". La vida del hombre se mueve en ese arco entre egoísmo y entrega, entre "eros" y "ágape". Cuanto más se incline la balanza del hombre hacia el lado del "eros", seducido por su belleza y juventud, más se irán dificultando las tareas intelectuales encaminadas a la búsqueda de la verdad de las cosas. Se produce una especie de "ceguera espiritual" cuando se trata de prosperar fuera del reino de lo tangible: "la sabiduría no se traspasa de un cuerpo a otro por simple contacto físico", nos advierte Sócrates.

A veces extraña esa continua búsqueda de la libertad cuando el hacedor del hombre se la ha concedido a éste desde el primer momento de su existencia. ¿Qué es entonces lo que el hombre anda buscando? ¿Por qué esa continua zozobra incluso en el seno mismo de los hogares? ¿De dónde viene esa agitación entre los jóvenes, y quienes ya no lo son tanto, en medio de las calles pidiendo derechos precisamente en las culturas donde desde hace cientos de años se han instalado las bases de una política democrática, y, sin embargo, estas algaradas culminan una y otra vez en agresiones y violencia?

Da la impresión de que estamos viviendo una época donde el hombre no reconoce al hombre, a su semejante. La división  crece por doquier, justo en el momento cuando se necesita más la colaboración del "otro" para ir afinando en la consecución del bien común

En estos planes humanos, apenas queda un resquicio para las cosas de Dios, y no faltan quienes, en los países de más tradición católica, se burlan de estas ideas y recuerdos como algo inoperante, frente a las banderas de la confrontación enarboladas por quienes apenas han comenzado a vivir.e 

La libertad fundamental de hombre reside en su interior, aunque por supuesto, como algo deseable, la libertad exterior debe habilitarse en los ambientes donde está la familia, el trabajo, la empresa y la convivencia social de las personas. Pero, esta vertiente exterior se mutila o descamina cuando la libertad interior se desentiende de la vida de fe, de la esperanza y del cariño a los demás. 

Y estas virtudes teologales son la fuente de las "virtudes morales", tan añoradas por todos, y cuya carencia o decadencia desencadena la "corrupción" en todos los aspectos de las relaciones humanas. La veracidad, la honradez, el respeto y servicio a los demás, se echan de menos cuando faltan, pero el origen de estas carencias necesarias se halla en el corazón del hombre, en esa libertad interior incapaz de querer el bien. 

El corazón del hombre es pequeño en tamaño, pero puede abarcar el mundo entero y,  sobre todo, a ese "otro" que pasa al lado y necesita precisamente de ti.




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