El valor de un solo hombre nunca justificará su muerte




Caín  y Abel, románico.




Vemos continuamente cómo se aducen razones para descartar a las personas: razones de edad, de padecimientos, de costo social, son alegatos ya viejos en los países cultos y viejos de Europa.

Por no mencionar la matanza de los nasciturus, quienes sin haber salido todavía a la luz, son exterminados por razones de conveniencia, de "libertad", incluso de salud del nonato.

San Juan Pablo II advertía en su alocución a la UNESCO el 2 de junio de 1980, contra las veleidades de la cultura a la hora de disponer de las personas. "Para crear una cultura, el hombre se tiene que ver ---íntegramente y en sus más remotas consecuencias--- como un valor particular, autónomo, un sujeto dotado con la  trascendencia de persona. Debemos afirmar al hombre por sí mismo, y no por otros motivos o razones: ¡sólo  por él mismo! Más incluso, debemos amar al hombre porque es hombre, debemos insistir en el amor debido a su dignidad particular que posee". Y el Papa insiste: "Una cultura debiera ser un espacio y una herramienta para hacer la vida humana siempre más humana" (Redemptor hominis 14; Gaudium et spes 38).

Hoy la tierra entera resulta irreconocible a la luz de estas palabras. Tanto han avanzado las llamadas ciencias "humanas" como para no reconocer el hombre como tal. Se usan razones científicas, económicas, biológicas y psicológicas para descartar la naturaleza humana como es, como ha sido dada desde el principio.

Tanto  la esfera pública como privada se desentiende de una escala correcta de valores surgidos de la persona humana

Sorprende leer cómo las investigaciones recientes realizadas en universidades de prestigio, afirman, después de analizar más de 400 entidades políticas desde el Neolítico, que el hombre llega a la idea de "dios" por la necesidad de controlar la conducta tribal en la transición a una época más compleja. Es decir, antes, en el ambiente de la vida en la tribu, todos se conocían y se controlaban en sus deseos de violencia.

Quizá estos sabios contemporáneos no han reparado en el caso de Caín, perteneciente a la primera camada de descendientes de Adán y Eva. En esa incipiente vida comunitaria, no tiene empacho en matar por envidia a su hermano Abel, a pesar de la cercanía de Yahvé en su vida diaria. Dios ya estaba presente desde el principio en el desarrollo de las culturas. La violencia, el crimen, aparecen en la presencia de Dios y antes de formar grandes desarrollos humanos, muy inferiores al millón de personas, cifra estimada para empezar a considerar a un grupo humano como complejo, según los autores de estos estudios.

En fin, el mal se introduce en el mundo por el "pecado", una desobediencia al plan de Dios, dado al hombre desde sus primeros pasos en el Jardín del Edén. 







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