Sin la cultura del "encuentro" se degrada el hombre







El hombre es feliz cuando  encuentra  su razón de ser. Se da un encuentro

De repente, un día, el hombre se pregunta, no "qué es el hombre" (pues esta pregunta remite a la zona de lo abstracto), sino "quién soy yo". Casi en seguida, surge otra pregunta, que da el sentido de la vida entera: "Para qué estoy yo aquí".

Desde luego, no se puede desechar el deseo de felicidad, querido por todos. Aquí estoy "para ser feliz". No mañana. Ahora. Y ser feliz "para siempre". Si a la noción de felicidad le restamos el "por siempre", ahí mismo se empaña esa visión por restringirla al "tiempo". 

Al ver a la  gente, se impone la idea de ser feliz con los demás. Por un lado, son como yo, otro yo; por otro, es inconcebible ser feliz en "soledad". Se aparece entonces la idea del "otro" como cooperador para alcanzar esa meta. La "soledad" es por tanto "condenación": El apartarse de los demás, supone también  desligarse de la "felicidad". 



Id por todo el mundo...



El encuentro con la razón de mi ser, es un encuentro divino. Ahí está el "querer" de Dios. Y el ser feliz con los demás, cooperando con ellos a concretar el deseo de felicidad, supone otro encuentro.

Estamos así ante la cultura del encuentro, con los demás, con las cosas. Es aquí, en esta cultura de la comunión, de donde sale esa idea de san Josemaría Escrivá, gritada durante su homilía en el campus de la Universidad de Navarra en 1967: "Si no encontráis a Dios en las cosas ordinarias de cada día, no lo encontraréis nunca".

Hoy resulta un poco más difícil encontrarse con los demás. Los parques y paseos de ayer solían ser lugares de encuentro. Sin embargo,  en las grandes ciudades al menos tienden a desaparecer, absorbidos por edificios y complejos comerciales. La tecnología  ha querido suplir ese vacío, pero la "realidad virtual" queda lejos de un encuentro cara a cara. Discotecas y centros de reunión se llenan de "ruido" y aun apretujados cada quien, aislado, lleva su propia música. Se han convertido en centros de "incomunicación".

El intelecto necesita de un mínimo de silencio para conocer las cosas y las personas. El hombre tiene ese gran poder de concebir el mundo en un concepto, pero  está cambiando el ese mundo del conocimiento por un plato de lentejas, y, a veces, ni eso: sólo puro estruendo o aislamiento en alguna de las redes sociales.

Ese poder inmaterial del hombre (no compartido con ningún otro animal), de concebir el pensamiento abstracto y de significarlo por medio de palabras, como bien dice Gilson, se está reduciendo a su mínima expresión, y se caminan las sendas de la tierra, sin distinguir apenas el bien y el mal, la verdad y la mentira, pues no se acaba de saber lo que las cosas son.

Ese "poder inmaterial" se quiere convertir hoy, no en diálogo, como sería la consecuencia natural para encontrarse con los hombres, sino en muestras de poderío en los armamentos más sofisticados de la fuerza bruta. 

La palabra sucumbe ante el ruido y la destrucción. Por eso resulta más difícil "encontrar a Dios en las cosas ordnarias de cada día".



Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra