La amistad que logra lo imposible

Un amigo de ayer, hace muchos años, con quien he dejado de verme porque vivimos en ciudades alejadas, sin embargo nos seguimos frecuentando a través de los media

Como es verdadero amigo, el tan celebrado día de la amistad, ayer, le mandé un saludo sencillo pero afectuoso, sin más. 

Por supuesto, él me respondió en seguida, a pesar de sus importantes ocupaciones. Se trataba de una especie de poema, de himno, a la "unidad". Se celebraba en sus versos todas la uniones posibles: con el universo, con los ríos y los mares, con todas las plantas y árboles de la tierra.

Pensé en su escrito. De alguna manera, este amigo se vaciaba por completo en ese mensaje, y se lo agradecí de inmediato. Pero había algo en ese escrito, mejor dicho, faltaba algo en ese encendido recado, tan lleno de relaciones siderales con ardientes deseos de formar con todo ello una "unidad" inquebrantable.

Le contesté apuntando la imposibilidad de la "unidad" si falta el amor. El amor se adentra en el "otro" para servirle, para darse. Ese otro no es el cosmos, sino una "persona", dotada de espíritu. El "amor" nos hace uno.

La respuesta a este modo de ver las cosas, se redujo a dejar en claro la primacía de la "unidad"; de ella se concluía del "amor" como una "consecuencia".

La inteligencia de un físico, si se queda en lo material del universo, le impide encontrar a su creador, quien es amor. Sólo a partir de ese "amor" se entiende la "unidad". La unidad sin "amor" es un muro, o pasa a disolverse en la nada. 

El "Padre y yo somos la misma cosa". Eso es posible porque Dios es amor. Ese amor logra lo imposible.



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