En el principio era sólo la "palabra"






Dios no tiene cuerpo. Es un ser espiritual. Tiene, por tanto, inteligencia y voluntad, libérrimos. Al decir, el querer divino se confunde con su palabra: las cosas se hacen.

Por eso, al principio de todas las cosas, era la palabra. Son maneras humanas para dar cuenta de la realidad divina. Cuando el hombre, creatura divina, trata de representar lo divino, sólo tiene el recurso de ese eco de la palabra

La semejanza del hombre con su creador se ve incluso en la palabra y su uso. No hay signo más creador que la palabra. Con ella, el arte y la ciencia tratan de contar, de decir, esa captación intelectual de la realidad, Precisamente, la palabra se refiere a la cosa, sin ser parte de ella. 

Es parte de su libertad. La libertad es "libre", valga la redundancia. No queda atada a los significados de las cosas, pero se insinúa en ellas. En el silencio se conciben la palabra y la vida. Ahí, sin espacio ni tiempo, se funden ambas. El paso de una realidad a otra no requiere de puentes.

Por eso, el Génesis, en las primeras páginas, nos enseña a ese Dios diciendo y haciendo, simultáneamente. 

Como las cosas son para ser, reciben la impronta del amor, y así son, serán para siempre.
Un atisbo de "eternidad", incomprensible para quienes aparecieron en el tiempo, porque se entiende esa eternidad desde el principio, desde siempre y para siempre. Asimismo, el espacio donde se mueven los cuerpos, se califica de "ilimitado" para distinguirlo de lo "infinito". 

Sí, la pobreza de nuestro vocabulario nos acompaña. Pero es el único recurso humano para referirse a lo creado.

Por eso se recomienda el cultivo de la contemplación. Se contemplan realidades que nos sobrepasan, aunque luego, en el caso del hombre, único hablante, la palabra resulte insuficiente para decir lo visto, como nos han contado tantos personajes desde Pablo de Tarso hasta Teresa de Ávila.

De ahí la necesidad del diálogo, ese intercambio de palabras con la pretensión de llegar a la referencia de lo real, donde se agotan todas las cosas. Así era el nombre dado a las cosas por el primer hombre: Adán.





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