Requiem por un amigo


Un camino lleno de luz




Esta mañana tomé la llaves del coche para ir a visitar a mi amigo Memo. Son navidades y los hijos han venido a vernos desde lejos. Hoy, pasado los ajetreos propios de estos días, me disponía a cumplir la promesa de visitarlo en su casa, pues me escribió en un correo de su estado de salud: "estoy hecho una piltrafa". 

Pero mi esposa, al salir, me dijo: "Espera, he recibido un correo de Memo". "Me dicen que ha fallecido a la una de la madrugada". Me costaba creerlo. Si bien sabía de su delicado estado de salud, no esperaba esta partida, justo el día de Navidad. Vaya regalo se lleva para mostrarlo al santo de su segundo apellido: Sant-Esteban, memoria de un pueblo navarro, celebrado al día siguiente.

Lo encomendé en seguida, y, de manera especial, me encomendé a él. Sabía de su vida. Había llegado a la profesión de la enseñanza universitaria a partir de unos años dedicados a la gerencia empresarial. Vivió en la República Dominicana con su esposa y regresó a México, a la capital. 

Se tomó en serio su profesión, y después de cursar la Maestría se decidió a prepararse para el doctorado. Puede asistir a su examen de grado, y celebré junto a su familia y algunos amigos íntimos el tan logrado éxito académico.

Hombre sencillo y afable, era constante en sus determinaciones familiares y creencias religiosas. Sus dos hijos, uno casado, fueron abandonando la casa familiar cuando sus obligaciones lo exigieron. Pero, su esposa y él decidieron adoptar una niña con todas las de la ley, con nombre y apellidos familiares. Sin embargo, solía acompañar a esta hija a un pueblo cercano para que no perdiera el contacto con su madre biológica. Esta hija, ahora casada, tiene un retoño, y ha hecho feliz a sus padres adoptivos, además de contar ya con otros nietos, fruto del matrimonio de su hijo, después de haber luchado durante años para conseguir la anulación de su primer matrimonio.

La vida de Memo, aparentemente normal, estuvo llena de sobresaltos, siempre llevados con serenidad, sin perder la alegría. Constante, puntual, amigo de sus amigos, le gustaba conversar con ellos en las comidas, siempre alegradas por la presencia de un buen vino tinto. 

Se sentía mal a veces en su estómago. Eran los principios de un cáncer de hígado, páncreas, poco a poco extendido por su organismo. Con fe, fue siguiendo las indicaciones de los médicos y sus estancias en el hospital para recibir el tratamiento adecuado. 

Pero, hace poco, se le aconsejó suspender las radiaciones terapéuticas porque su efecto era nulo. Desde entonces, apanas pasó un mes, hasta la hora de primera de esta madrugada. Se ha ido y no he podido despedirme como me hubiera gustado.

Sabemos de su vida, y, por tanto, de estar ahora en la presencia de Dios, gozando para siempre, siempre, de su visión beatífica.

Pertenecía al Opus Dei, como Supernumerario, desde hace más de 40 años. Y nunca cesó de animar a otros a vivir esa cercanía con Dios ya en la tierra, para emprender ese camino de felicidad, aun velada,  cuya culminación plena se da en el cielo.

Descansa en paz, y ruega por nosotros, porque supiste vivir una vida sencilla pero fecunda.






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