Las periodistas radicales de El País: ¿alegres en su incredulidad?

¡Pobre  periodista de El País, Marta Sanz!  Se titula  como víctima en abstracto: "excluida", pero afirma estar "alegre" y conserva su "sentido del humor". ¿Es un juego y se aprovecha de las circunstancias?

Señala en un artículo reciente al menos 25 asuntos a resolver inmediatamente para no caer en "riesgo de exclusión": desde el "feminismo" hasta el matrimonio gay" pasando por la "economía sostenible". Se debe poder ser "lesbiana" y "atea" si así le parece a alguien. Esa sería la gran propuesta a conquistar y colocarla en el candelero de la vida en todos los países, comenzando por España.

Pues bien, debería leer a quien fue la primera mujer en declararse lesbiana en la Universidad de Yale, Camille Paglia, esta sí atea, tiene otra idea del "feminismo" actual y de cultura impositiva de estos modos de vida.


Camille Paglia, confiesa ser atea y lesbiana, profesora en la Universidad de las Artes de Filadelfia,  se ríe de las nuevas generaciones de "feministas".


“Los códigos morales son la civilización. Sin ellos estaríamos abrumados por la barbarie caótica del sexo, de la tiranía de la naturaleza”, asegura Paglia. Estas afirmaciones son el caballo de batalla de las "nuevas feministas", quienes a juicio de esta profesora, simpática, sin miedos,  no tienen ni idea de las propuestas hoy aireadas por todo el mundo.

Sin duda, la ignorancia es el peor enemigo de nuestra religión. Y así sucede cuando la persona no se conoce a sí misma. No se trata de imponer nada a nadie ni de silenciar sus puntos de vista. Se trata de saber su origen.

“Estridente, egoista y adoctrinador, el activismo gay está completamente carente de una perspectiva filosófica”, explica Paglia. Y añade con gracia y con razón: "El aumento de la homosexualidad y la transexualidad son un signo de decadencia de una civilización”.

Pero veamos todo esto un poco más despacio. Un ser creado por Dios para ser feliz, aquí y por la eternidad entera. Este conocimiento no se adquiere en las salas nocturnas de diversión. La cultura debe crear espacios para poder oír esa "palabra" dicha desde el "principio". 

El hombre se entiende como un ser con capacidad de albergar un espíritu en el mundo. Entonces, ¿dónde está el error? ¿Qué falta para poder decir: Yo creo? ¿Acaso no se ve claro después de dos mil años la "infalibilidad" de la Iglesia en los asuntos relativos a las "verdades" a creer y la "moral" a practicar, junto a su duración ininterrumpida desde Pedro hasta el final de los tiempos?

La persona de Jesucristo es real, un personaje en la historia,  verificable, pues se atestigua en el Credo de sus padecimientos en tiempos de Poncio Pilato, un gobernador romano destacado en Israel. Desde ángulos distintos, coincidentes en lo fundamental, se nos relata su vida desde la concepción. Sus palabras se contrastan con los hombres cultos de su tiempo, sin dejar lugar para le duda. Y esas palabras han permanecido hasta hoy, y siempre han sido causa de santidad pues quienes las viven, al igual que su Maestro, "pasan la vida haciendo el bien" y han sido causa de grandes cambios sociales en todas las culturas del mundo.

Los cambios de regímenes durante los dos últimos milenios no han cesado. Ideas e instituciones asentadas durante siglos han caído como un castillo de naipes una y otra vez al menor temblor. La Iglesia, sin embargo, ha pesar de los fuertes embates sufridos, sigue en pie, como se había prometido por su fundador, Jesucristo. 

Si esta institución entonces es la única roca en donde se puede edificar la vida del hombre y da "esperanza" para el porvenir mientras se vive una vida de fidelidad  en el "camino" para ser verdaderamente feliz. Ese "camino" se ha diseñado para cada uno antes de la "constitución del mundo" para seguirlo en la "libertad", como nos narra san Pablo desde los principios del cristianismo. “El aumento de la homosexualidad y la transexualidad son un signo de decadencia de una civilización”, mantiene Paglia.

¿Cómo entonces no se animan los hombres a seguir este "camino"? Es un problema de ignorancia, cocinada con frecuencia en la "incredulidad", es decir, en un no querer creer. Por lo menos la señora Paglia, se enfrenta con humor a estas nuevas generaciones de feminismo sin causa, según ella.




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