Iglesia y Teología: donde la fe se une con la razón



Abadía de Fossanova, lugar donde murió Tomás de Aquino (1225-1274).





Iglesia y teología, dos realidades siempre unidas. Como el buen caballero de Don Quijote, unido siempre en sus correrías a su fiel escudero Sancho (Esta imagen quiere ser una metáfora, y, de ninguna manera, una analogía).

La Iglesia nace para dar a conocer a todo el mundo el Evangelio, la "buena nueva". Si le quitamos a la Iglesia esa "buena nueva", el mensaje de Jesús a su recién nacida Iglesia, nada le quedaría para decir al mundo. Y, viceversa, un mensaje sin Iglesia quedaría en manos de mercenarios sin fin, como se puede ver hoy, después de dos mil años, en tantas sectas aparecidas en el devenir de las religiones.

Por eso, no faltan quienes se "arrodillan" ante cualquier "santo"  surgido en el camino de la vida. Queda claro: cada quien es libre de hacerlo, pero al "obrar" así  perdería su libertad. Cada quien iría adoptado y adaptando lo más conveniente según su parecer y las exigencias de los tiempos y de la moda secular; en fin, se iría tras lo "arbitrario".

No es algo de poca monta. Hay, por tanto, en la Iglesia Católica una tradición conservada y explicada según un magisterio basado en la "palabra de Dios", en la palabra de ese Cristo que vive en mí como atestigua san Pablo en su Carta a los Gálatas, refiriéndose a la "esencia del bautismo".

Sin esta teología, la Iglesia quedaría condenada al silencio, sin "palabra", en manos del "el seductor del mundo entero", quien ya no tiene lugar en el cielo. Hoy son muchas las voces altisonantes, sin apego alguno a la "palabra", diseminadas en el mundo  especialmente, con el concurso se las redes sociales y el caso omiso de los incrédulos y de quienes se apoyan sólo en la mera racionalidad para vencer con sus argumentos. Por ejemplo, la versión de facilitar la transmisión de ideas son independencia de su verdad para facilitar así la llamada "libertad de expresión": un Rocinante sin caballero, o un escudero sin D. Quijote.

Sin la voz del magisterio eclesial nos quedaríamos ciegos y sordos para encontrar el camino. Y sin "palabra", sin verdad, la obediencia de la fe se convertiría en libertinaje. Ese ensimismamiento impediría cumplir además con el "id por todo el mundo" a contar sobre la buena nueva. Sin abrirse a los demás la Iglesia se convertiría en una especie de "mónadas" de Leibniz, coexistencia sin vida, entes sin relación. 

Por tanto, el "magisterio" eclesiástico no es atadura y da a la ciencia, a la teología, el principio de su quehacer, la fe, de donde se entiende todo el sentido de la vida y del quehacer cristiano: la escucha, el compromiso, y la comunicación con los demás. 
























Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra