División: ¿signo de los tiempos? (viene de "diablo")









Se lee y se ve en todas partes: división. División con razón o sin ella.

Incluso quienes defienden estilos de vida desajustados con un compromiso en todas las facetas de la vida diaria, se dan cuenta de la fisura notable abierta en la sociedad.

Por ejemplo, al ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, le preocupa el deterioro de la integración europea, pues se ha concedido el sitial de honor de las calles a la hora de dirimir las diferencias, lejos de los parlamentos legítimamente constituidos por los ciudadanos. Sin embargo, él, tan preocupado por la unidad, por la integración jamás cooperaría a ninguna alianza con AfD (Alternativa por Alemania).

De similar manera podríamos ir discurriendo por cada una de las diatribas y guerras, más o menos veladas, de los conflictos en el diversas regiones del mundo, con el Reino Unido a la cabeza, seguidos por Rusia y Ucrania, sin contar las presiones a Polonia y Hungría por parte de sus socios de la Unión Europea debido a cuestiones formales de moral familiar.

Desde la "Primavera Árabe" hasta el caso de los llamados "chalecos amarillos" en la capital de Francia y en otras provincias galas se acaba diluyendo el punto principal del desacuerdo (quizá nunca estuvo bien definido) y los ánimos exacerbados del primer momento, auspiciado por el concurso de la redes sociales, no acaban de converger sin importar cuántas rondas de conversaciones se realicen sobre el tema. Uno de estos desacuerdos del debate se centra en el "calentamiento global". 

Otro riesgo de altos vuelos (sin entrar en los problemas de Arabia Saudita y Yemen, las diferencias entre Israel y los pueblos de la zona, las continuas masacres en los países africanos de poblaciones de civiles a expensas de guerrilleros sin escrúpulos, el trato a las niñas indias por el egoísmo de las propias familias ávidas de venderlas al mejor postor, etcétera, etcétera), consiste en crear divisiones por cualquier cosa entre el hombre y la mujer. Poco a poco esta división está llenando todos los espacios abiertos a la convivencia.

También la educación de los hijos se quiere arrebatar de manos de las familias, con el conocido tema de la "educación sexual". Así, desde la niñez (ver el caso del programa de adoctrinamiento sexual Skolae propuesto en Navarra por su propulsora la señora Barkos) se trata de pervertir y confundir en esta materia de una manera obsesiva. Se les pasa por alto cómo, desde los comienzos de estas enseñanzas, el crecimiento de la población se ha contraído por debajo de los niveles necesarios para su mantenimiento. La mitad de las mujeres españolas de entre 45 y 49 años sin hijos se lamenta ahora de  haber discurrido por los mejores años sin haberlos tenido.

Como en otros países europeos, el vacío demográfico creado tiende a ser llenado por personas procedentes de países con otras culturas. Y esas inmigraciones de culturas diversas, a veces sin ánimo de fundirse con las del destino,  suelen crear problemas personales de identidad y  división con los nativos, como podemos ver cada día en los media.

También el número de divorcios ha disminuido, pero, este dato, así leído, oculta la causa de esta disminución: todo se debe a que los jóvenes se casan menos, y prefieren vivir en uniones libres, sin compromiso alguno, para "ver si funciona". De esta manera, al evitar el matrimonio, resulta más difícil llegar a tener hijos, pues, "no se sabe qué puede pasar".

En fin, caracterizar al diablo como quien divide, es muy acertado. Su palabra es la mentira. Si la verdad nos permite saber lo que las cosas son, la mentira nos lo impide. Por eso ya lo estamos viendo en esta moda antigua, pero descubierta ahora, de las llamadas en inglés fake news (noticias falsas).

El origen de toda esta división viene de ese dar paso al relativismo, consistente en dar el mismo valor a una palabra u otra. No importa. Así se defendía la "libre expresión". Lo importante es decir lo que cada quien quiera. 

Se verá, lógicamente, que esa emanación sin fin, propiciada por medio de las redes sociales, acaba separando, dividiendo, a unos y otros. Nadie tiene la verdad. Tiene cada quien lo suyo. Pero, así no hay manera de entenderse. Se esconde la realidad, y se desvirtúa la palabra: su fin en la verdad.

De ahí la división. La mentira adquiere curso legal y carta de ciudadanía. Y se instala la división en la sociedad.









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