Las propuestas de unidad que enriquecen



Pórtico de la Gloria, Compostela.
La unidad, alegra.



Vivimos dispersos. La atención del hombre se disgrega hoy en mil llamadas urgentes. Al final no se sabe bien a dónde se fue el tiempo y no se recuerdan del todo la marabunta de requerimientos recibidos devoradores de las horas del día.

Por eso vale tanto cualquier esfuerzo en busca de la unidad. Por ejemplo, en el campo, aparentemente tan poco práctico, de las matemáticas, el joven Peter Scholze, alemán nacido en Dresde hace 30 años, ha ganado el Nobel de las Matemáticas por su dedicación a una nueva clase de "estructuras geométricas" muy útiles para el "teletransporte", capaz de llevarnos instantáneamente de un lugar a otro, de idea y vuelta, según cuenta Edward Frenkel en un reportaje aparecido en El Pais (2.VIII.1018).

Lo interesante de este enfoque consiste en un elogio a la unidad, pues la teoría de joven matemático Scholze,  "teje una tela de araña...entre campos matemáticos que a primera vista parecen encontrarse a años luz de distancia: álgebra, geometría, teoría de números, análisis y física cuántica". 

Este es el punto a considerar. Las ciencias han avanzado, aparentemente, a base de disgregarse en campos prácticamente separados debido a la especialización. 

Ocurre exactamente lo mismo con las materias no relacionadas con la verificación de la materialidad de las hipótesis. Si no se puede medir, no existe, pregonan algunos científicos de las llamadas ciencias duras. Pero el hombre, el universo, no son hechuras humanas y encierran un "algo divino", espiritual por tanto, en su constitución. 

Pero lo importante es el hombre. Si todas estas ciencias han de servir para algo, debemos tejerlas alrededor del ser humano. No se puede avanzar en una ciencia, o en todas ellas, y dejar al hombre tirado en la cuneta. 

Por ejemplo, al comunicar la palabra a alguien o a uno mismo, descubrimos en el proceso la presencia de un "silencio creador", intemporal,  donde se da a luz a esa impresión captada por la inteligencia ante una realidad concreta, dando así origen a la "palabra interior"  referida a la cosa conocida, preludio de esa otra "palabra" sonoramente dicha si así se quiere. 

En esa palabra interior se halla la intimidad de la persona, indescifrable, capaz de albergar el infinito. Esa palabra íntima es universal, sin embargo. Conviene a todo hombre por serlo. Si se escucha a esa interioridad descubriremos el propio y el de los demás, y limaremos lo que nos aparta del otro.

Separar, como en el caso del matrimonio, lo que está unido, es una aberración, así como determinar el origen de la persona en un tiempo determinado más allá del momento de la concepción. Asimismo, el origen del habla no se halla en el momento físico cuando se profiere un sonido articulado con un sentido. Pero el sentido de la palabra, inmaterial, no nace de lo material. El misterio, así, el misterio de la concepción de la palabra, su ser, se estudia mejor a la luz de la Metafísica, escuchando también a otras ciencias como la lingüística, la psicología, la fonética y la sociología. Empero, ninguna de estas disciplinas por separado, puede dar cuenta de algo tan "simple" como el nacimiento de la palabra.

Por tanto, en el mencionado modelo complejo aplicable al "teletransporte" se vislumbra la conveniencia de la unidad en el estudio y la solución de problemas, intratables de otra manera. Muchos de los problemas de hoy, en la sociedad, en la economía, por ejemplo,  tropiezan necesariamente con esa variable compleja que no cambia: el hombre,  cuya presencia requiere entre otros de los conocimientos de antropología filosófica y  ética social para iluminar los planteamientos y enriquecer las soluciones, pero, desgraciadamente estas materias ignoradas tantas veces en los currículos preuniversitarios y universitarios.

Pero, hoy, al desconocer la implicación  de este concepto de unidad, se desvirtúa y se trata de aplicar,  por ejemplo, al género. Por definición, el género está en otro nivel,  separado en su masculinidad y femineidad. Pretender unir lo que está dividido también es una aberración. La unidad de la dicotomía del "género" se puede recobrar a otro nivel, el de ser persona, donde se da una igualdad sin cortapisa alguna.

En efecto, podemos entonces concluir así: es tanta aberración separar lo que está unido, como unir artificialmente lo distinto. Pero para obrar correctamente, debemos darnos tiempo y mirar cómo anda la unidad de vida en nuestro interior, cuna potencial de la alegría.



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