Confianza



Y si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido.


La voz confiar ha alcanzado nuevos bríos en los tiempos recientes quizá debido a la leyenda a los pies de la imagen de la  Divina Misericordia, vista por la polaca santa Faustina Kowalska durante el primer tercio del siglo XX, y propagada por la voz autorizada del papa san Juan Pablo II, precisamente en estos días de creciente confusión en tantos órdenes de la vida.  

La palabra confiar aparece en el habla castellana hacia 1440, y la palabra  confianza con ella relacionada surge hacia 1400, según el diccionario etimológico de Joan Corominas. Estas fechas de la aparición de la voz confianza coinciden con el asentamiento de la fe contra las herejías de Juan Hus y Wyclif en Europa, y el  creciente apaciguamiento de judaizantes y  herejes en España durante la Reconquista, culminada en 1492, como fue el caso de Alonso (o Alfonso) de Mella y los herejes de Durango.

El confiar, la confianza, se trata, en ambos casos, de depositar, de entregar  a alguien algo sin más garantía que la buena fe. Puede ir  en esa cesión desde un secreto íntimo hasta la propia hacienda.

Las encuestas actuales suelen centrar mucho de su quehacer en ilustrar el grado de confianza de los ciudadanos en los políticos. Los resultados suelen ser poco halagüeños, a fuer de medir algo tan etéreo en momentos elegidos por álgidos, fríos (también hay momentos, calientes,  tórridos, distintos unos de los otros, si bien el lenguaje va confundiendo poco a poco, unos con otros). Pero donde se debe estimular especialmente la confianza es en el  estilo de vida de familia y en la educación.

Confiar es creer, y la confianza se genera cuando se cree en alguien debido a su apertura intelectual para recibir incluso una crítica. Se requiere también la presencia del "querer" de la persona para  moverse hacia ese bien propuesto o sugerido por acontecimientos o personas mientras se marcha por  la senda ordinaria de la vida donde resulta frecuente encontrarse  con muchos otros bienes, quizá no todos convenientes para uno.

Sufre especialmente el corazón cuando esa confianza puesta en el "otro" no se halla, se encuentra alicaída o se rompe precisamente con aquella persona cuyo comportamiento desdice de su condición.  De acuerdo, el hombre naufraga a veces en sus travesías; entonces debemos discernir si se trata de un lapsus pasajero del entendimiento o del corazón, y así no pedir  imposibles  a quien en  ese momento del camino no puede corresponder al reto presente o futuro, o, por el contrario, si esa carencia se debe a una elección de vida irracional,   desarraigada del orden natural  o de la vocación correspondiente a esa persona en cuestión.

Es decir, se trata de detectar si existe esa relación virtuosa entre la contemplación y la acción. A ésta la ilumina aquélla, y aquélla se afirma en actos concretos del  vivir de cada día con los problemas y alegrías de encuentros inesperados o esperados. 

Es difícil ejercer la confianza cuando  la credibilidad en el "otro" no se funda en algo concreto, en querencias determinadas, en creencias asentadas. Sin una creencia recia,  no hay nada en donde apoyarse a la hora de las dificultades,  pues no se cree en nadie ni en nada. 

De ahí la importancia apuntada al principio sobre la imagen del Señor de la Misericordia donde se invita a confiar en Jesús,  Esta devoción lleva a descentrarse y poner todas las preocupaciones en el "otro". Es la "salida" del hombre. Yo diría, la única salida, pues el hombre por sí solo "nada puede hacer".

"Porfié y valióme", es la expresión usada por santa Teresa de Ávila después de su gran conversión delante del crucifijo con un "Cristo muy llagado" (experiencia tenida alrededor de 1554). A partir de ese momento, recuerda,  quiso emprender una "vida nueva" aun haciendo las mismas cosas. Las vacilaciones primeras al desconfiar en sí, se acabaron al "confiar" en Dios, ese "otro" que nos ronda en todo momento.

Ahí nace la verdadera confianza, que nunca falla.















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