¿Y si de veras hay otra vida después de ésta?






La pregunta puede parecer ociosa.

Quizá sea preciso aclarar otro punto: si el bienestar de la "otra vida" depende del comportamiento en esta vida.

Al llegar a ese momento donde presumiblemente se acabaría el tiempo, ya no habría manera de acumular "buenas obras" con el fin de adentrarse en los caminos de la  eternidad, diríamos, con el pie derecho. Ya se habría acabado el tiempo de merecer.

Los egipcios, milenios antes de la llegada de la "plenitud de los tiempos", así llamada por los cristianos a ese momento histórico de la venida de Jesucristo, ya tenían su especie de decálogo de "obras buenas" para acceder a la patria del dios Ra, la encantadora Isis, dama del amor,  y Horus, y una variedad cambiante de dioses a través de los siglos. Esas creencias les permitieron dejar constancia en una moral para guiar a su pueblo, y esas pirámides talladas en piedra admiradas aún por todos en las faldas del desierto, hablando a los caminantes de la muerte y del más allá.

Nadie en estos días puede fingir demencia: ya sabemos de la existencia de Dios, único, cuyo despliegue de sí mismo por medio de la palabra en el amor, crea la realidad entera y da una constitución basada esencialmente en el amor a Dios y al prójimo.

Quien hoy ni cree se debe fundamentalmente a un problema de incredulidad para seguir haciendo de las suyas. De cualquier manera, vale la pena enterarse bien antes de ese fin del tiempo de si la dependencia eterna del más allá depende de las "obras" del más aquí.

Hay muchas cosas dignas de estudio y de atención, pero la verdad destilada en cada una de las empresas humanas, desde el origen de la vida hasta la necesidad de manifestar el amor en cada encuentro con los demás y con las cosas en el trabajo diario, nos señala esa dirección encaminada a la verdad, sin la que nadie puede obrar correctamente.

¿Y si de veras hay otra vida después de ésta?






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