El año nuevo: ¿todo se reduce a economía? No, también hay otras modas...

    Un roble centenario.

Los años pasan, y pesan. Y el mundo parece cada vez más pequeño, cuando las noticias divulgadas por los media se reducen prácticamente a la economía y al trillado campo de las modas sexuales. Está bien decir de la inamovible condición de la naturaleza humana, la piel de todo hombre, pero reducirla en sus múltiples manifestaciones tan sólo a estas dos dimensiones indica una seria ceguera antropológica.

La técnica puede llevarnos a intentar saltos inauditos. Pero ninguna técnica sabe de fines. Siempre la técnica coexiste con la ética, nos guste o no. Por eso, cuanto más se vale de la técnica a la hora de calibrar al hombre, menos se advierten sus variaciones debidas a las competencias del espíritu.

La vida del espíritu no abole la vida sexual. Por el contrario: la dignifica, así como toda acción no despojada de la unidad necesaria del hombre, alcanza su plenitud al darle su lugar a cada una de las formaciones implicadas en el entendimiento, en la voluntad, en la memoria, en los sentimientos y afectos. No una sola de ellas, sino la unidad de todas ellas.

El mismo sexo, al faltarle dirección y sentido se convierte en un ejercicio carnal sujeto incluso a una transacción económica motivada por la conveniencia de la oferta y la demanda.

Muchas empresas hoy día se han abocado  por el lado técnico,  dejando de lado la faceta ética, orientación necesaria de la libertad. Así, cuando  surgen los problemas de corrupción,  no saben cómo atacarlos, excepto poniendo más controles "técnicos",  agravando así más el problema.

La "corrupción" atañe  tanto a la perfección del  "hacer" como a  su fin. No es lo mismo "hacer" esto de una manera o de otra. Y tampoco se puede independizar la acción del fin pretendido o logrado, aunque el proceso se logre de acuerdo con estrictos parámetros científicos.

Al sujetar las maneras  de pensar y de hacer a una exigencia ética, de ninguna manera peca de falta de libertad; se trata  más bien de poner cada cosa en su sitio, dentro de su ámbito correspondiente, respetando siempre su naturaleza, la de las personas y la de las cosas.

Para explicar este punto conviene advertir la subordinación de la libertad a lo ético. Lo ético se ocupa de lo bueno. Hacer lo bueno tiene sentido. La corrupción es, por ello, un sinsentido. Es realizar mal el bien debido. Por eso la libertad, ejercida de acuerdo a su fin, opta por el bien.

Por supuesto, no basta querer hacer el bien; se necesita saber hacerlo. La frecuencia de divorcios aumenta después de las fiestas de fin de año. En el mejor de los casos, se quiere llevar bien el matrimonio,  haciendo el bien, pero el querer no basta. Si esto ocurre en lo más íntimo y querido de las relaciones, podemos entrever el porqué la corrupción de lo mejor es lo peor.

Lo demás, parecen pensar hoy, es lo de menos. Se nos ha olvidado en qué consiste la felicidad, al confundirla con le economía y las relaciones sexuales. La tecnología contribuye a facilitar este engaño.





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