Fe y comunicación

"Perdió la fe", se suele decir de quienes, por alguna razón, han dejado de creer en Dios. Algo así como si de un monedero o de otro objeto se tratara. 

Ratzinger ha concebido siempre la fe como una "respuesta" dada por el hombre a la palabra de Dios. Vistas las cosas desde esta perspectiva, cuando la "respuesta" respuesta puede languidecer hasta el punto de extinguirse.

Pasa exactamente lo mismo con las relaciones humanas. La palabra es la manera natural de comunicación entre personas. Al percibir las cosas, se forma un concepto y se expresa por medio de la palabra al otro. Aunque dicho así, deprisa, este proceso encierra uno de los grandes misterios, producido en silencio. El silencio se rompe al exteriorizar por algún medio (oral, escrito, redes sociales) esa creación íntima de la palabra, elemento necesario del lenguaje.

Al expresarnos así, esperamos la "respuesta" de quien recibe esa palabra. Si no hubiere respuesta dentro de un tiempo razonable, se suele dar el silencio. Al actuar así, se muestra un respeto por la libertad de quien escucha o recibe el mensaje. 

(La comunicación entre los ángeles se da también con palabras, pero sin ruido, intelectualmente).

En el caso de la fe, Dios se comunica con cada hombre de la manera más adecuada, muchas veces con una voz clara y potente, en el interior mismo de la persona. Pero el respeto a la libertad por él dada, espera nuestra respuesta a esa voz con significado específico.

Si se quieren ignorar esas llamadas donde Dios se revela a cada uno de la forma adecuada con ese camino diseñado por él desde el principio, viene entonces el silencio, se cierra de alguna manera, la escuela en donde se imparten las lecciones  para seguir la senda trazada. Muchas veces ese escuela ya no se abre más cuando se da la incredulidad, consistente en ese no querer creer a esa voz personal, dicha en en lo más íntimo de nuestro ser, pero lo suficientemente inteligible y repetida como para ir dando los pasos necesarios para llegar a el fin propio del hombre, y el propio para cada uno.

Por eso las grandes luchas de la humanidad, en cualquier momento de la historia, suelen pasar casi siempre por esa contienda entre la fe y la incredulidad. La fe de quienes escuchan, como Samuel, la voz del Señor, y la postura obstinada de quienes hacen caso omiso y se ofenden por recordárseles su razón de ser en la tierra.








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