Los peligros de la literatura


Un buen libro no debe dejar equívocos entre  el valor de la verdad y la mentira; ni de los atractivos del  bienhacer sobre el mal.







No cesan de repetir, hasta la saciedad, la recomendación de leer. Pero nunca dicen qué.

Esta recomendación, pariente paralela y cercana del "derecho de expresión", de moda en todas las culturas, y, a base de colocar la frase en todas las situaciones de la vida, llega a adquirir un estatus de verdad.

La recomendación de cultivar la lectura, en principio, es algo bueno. No se puede llegar muy lejos sin adentrarse en los entresijos de la cultura, en la verdad del hombre. Si somos incapaces de dar en el clavo en estos asuntos básicos, ineludibles, podemos prestar oídos (como reclamaba Shakespeare en su lend me your ears de Julio César) a cualquier merolico de turno que, abusando de las indigencias (morales sobre todo) padecidas por tantos, propone cursos de acción incompatibles a todas luces con ese hombre a quien se "pretende" salvar.

Con la lectura ocurre algo semejante. ¡Lean, lean!, se dice, los libreros entre ellos, pero cuando leemos y escuchamos en sus conferencias a los grandes exponentes de la cultura, vemos cómo esconden al hombre en una especie de neblina, parecida a los paisajes británicos de las historias de aventuras con miedo, contadas con gran maestría.

Por ejemplo. Si es cierto, como afirma Vargas Llosa, que la literatura "transforma la realidad",  nos resultaría  entonces harto difícil encontrar la verdad en lo narrado (él lo llama "la mentira"),  pues se llega al grado de no poderse distinguir entre una y otra. Es como vivir en otro mundo sin hacerse responsable de lo ocurrido en él. Al fin y al cabo, viene a decirnos, se trata de literatura.

Esto se complica aún más cuando se trata de  la llamada novela histórica. La seducción de lo "histórico" diluye la caracterización de la realidad de la "novela", como le atraía a Ulises el canto de las sirenas. Junto a nombres, fechas y situaciones puntuales se desarrolla la trama creativa manejada por el autor según sus propias reglas, hasta dar la impresión de estar leyendo una historia "verdadera" agradablemente contada. En fin, la verdad se disimula entre pasadizos subterráneos donde la gloria aparente se trastoca en acciones viles, donde ni siquiera los avances de la historia actual puede poner las cosas en claro. Y se reviste de leyenda lo poco conveniente. Al final, se puede acabar dudando de la historia pues cada quien cuenta la suya.

Un ángulo distinto sobre la lectura nos lo da el escritor Arturo Pérez-Reverte: para este miembro de la Real Academia Española de la Lengua, "el libro no cambia la realidad, pero ayuda a soportarla". Es decir, el cansancio, el dolor y el agobio diarios se viven de otra manera, se subliman, como en una catarsis, al leer otras historias, por ejemplo, donde el bueno sufre injustamente la malicia de los perversos. Pero la lectura resultaría menos edificante cuando son los malos, perpetradores del mal, quienes salen triunfantes. Entonces, la realidad se haría menos envidiable, y podría inducir a imitar a tales obradores de la iniquidad.

Lo importante de estas situaciones estriba en conservar, todavía, como una realidad, la presencia de la verdad y de la mentira en la historia de la vida. Sin embargo, cuando se novela la realidad entera en las entregas noticiosas del día a día servida por  los media, convirtiendo lo real en opinable, sujeto a la libre interpretación del ciudadano lector, en mentes ya dispuestas a tales trasiegos debido a la falta de convicciones nobles en la frágil y somera  educación recibida durante la niñez  niños y la juventud.

(En fin, ya de vuelta, tras el paréntesis de estos días impuesto por la realidad de la vida, vamos a continuar desgranando algunos de los temas de nuestro tiempo relacionados con el hombre).

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