Autoridad: ¿porque te lo digo yo?

Hoy se quiere educar sin autoridad. Resultado: no se educa. Es como andar por el desierto.

Vemos por doquier generaciones de niños y muchachos a quienes nunca se les ha dicho: esto está bien; esto está mal. Por tanto, tú debes esforzarte, sí, esforzarte, en hacer el bien. Pero los padres ya han comprado, por desidia, por no dar un mal rato y por los sabios consejos de sus alegres comadres recibidos en las redes sociales no exentas de ideas asimiladas en terapias de sesgo freudista,
la conveniencia de no atosigar a los niños.

De esta manera, se pretende lograr una "educación en la libertad", es decir, un educar permitiendo a los niños, adolescentes y jóvenes "hacer de su capa un sayo". Por ejemplo, el "botellón" en las calles madrileñas y en otras ciudades, reivindica el derecho de los jóvenes a disfrutar de una fiesta con sus amigos sin pagar un céntimo en los antros de turno.

El problema de "hacer de su capa un sayo" radica en la propiedad: la capa no es suya. La calle no es suya. El bien común va delante del bien particular. Los bueyes se ponen delante de la carrera, no detrás.

Como hemos señalado en alguna otra ocasión, de  diferente manera, la autoridad es un concepto del receptor, no del emisor. Se hace  caso de lo dicho, no por quién lo dice sino por lo qué se dice. De otra manera, en el caso de la educación, los profesores podrían imponer una enseñanza en el aula atendiendo a su potestad, no a la verdad de lo enseñado. En el paradigma de la autoridad no se inmiscuye el concepto de poder. En el momento  en donde se desliza el "ordeno y mando", el "porque te lo digo yo", se acaba con la enseñanza porque se desestima la verdad.

Es difícil aplicar esta noción en nuestros días por la sencilla razón de haber aceptado el paradigma
de la ambigüedad encerrado en el relativismo. Cada quien tiene sus cadaunadas, y lo expresado por el niño tiene "derecho" a ser atendido y así evitar su frustración.

Derecho a qué, podríamos preguntar. Si ese derecho no se basa en la hechura del hombre, en sus valores, no se  puede sustentar derecho alguno.

Con esta ideología tan diseminada hoy en el hogar, en la escuela y en la sociedad (también en los mismos media), el estudio, la búsqueda de la verdad se desvanece y "las almas se cansan" (como dice Ratzinger) de andar sin dirección alguna por el desierto.

Sin verdad, no hay autoridad. Y la educación se queda en un nombre vacío, caro, si el centro educativo lo aplauden los relativistas.



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