Como el sol, si la familia se apaga..., la vida también

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Se habla continuamente en los media de globalización, ese afán pantagruélico de abarcarlo todo.  También, como contrapartida, denostar el llamado populismo está de moda, pues se opone a  los excesos de la inclusión inmoderada

Mientras la globalización se considera como el vehículo de moda al que todos se deben subir, el populismo, por el contrario, se ve sometido a toda suerte de críticas allí donde aparece.

En la marcha hacia a globalización, se van diluyendo, hasta quedarse en meros recuerdos, el curso de la tradición y las costumbres, las buenas costumbres, tales como el agradecer y saludar a quienes se cruzan en el camino. Lo importante del espíritu global es crecer, sin tiempo ya para las normas de la buena educación heredadas desde antiguo. 

Nos hemos comido el tiempo en este proceso de globalización. La tecnología ha venido en su ayuda expansiva y no conoce de modales. Se trata de abarcar. La verdad o la mentira, según Zuckerberg no entran en sus cálculos. A lo llamado mentira  por algunos, no es sino muestra de libre expresión  en la filosofía tecnológica de Facebook. 

Se ha terminado el sueño americano donde se trataba de educar a los niños con la historieta sobre George Washington, cuando, delante de su padre confesó la verdad sobre un acto suyo, reprensible según él, en sus andanzas por los árboles de su casa, donde hirió con el hacha una de las ramas de un árbol. En Estados Unidos, se enseñaba a decir la verdad, y se tenía en gran estima el hacerlo. Por el contrario, decir una mentira solía acabar con la carrera de cualquiera.

Aquí es donde se empalman  el fenómeno de la globalización con el relativismo. Éste se ha convertido en el gran mal de nuestro tiempo. Con él perecen la ciencia y la verdad, en cualquiera de sus presentaciones. Todo es según el color del cristal con que se mira. Cada quien tiene su parcela donde cultiva su verdad. La verdad ya no es una búsqueda trabajosa, en un camino sin fin. La verdad se cultiva ahora en los jardines y patios particulares, y la democracia se funde en el concurso de las plazas y de las calles, fuera de los parlamentos, donde no siquiera se precisa de la voluntad mayoritaria para imponer una ley o una norma; basta con ser lo suficientemente molesto y pertinaz, para acabar, por hartazgo de la ciudadanía, en la cumbre de lo políticamente correcto.

Un ejemplo actual viene de la mano de la aversión, convertida en lucha, a la familia. Se trata de socavar por cualquier medio, sus cimientos. El hombre se juega la vida, en este proyecto. Ya no se concibe en el hogar formado por un hombre y una mujer. Se concibe por medio de un "avance" tecnológico en el cultivo de embriones congelados, seres humanos, guardados durante lustros, en las cámaras gélidas de un laboratorio.

Pero, como la ciencia sigue su "progreso" ya no se precisan de tantos embriones humanos para realizar un implante. Por eso, y porque ya cada vez menos se quiere a los hijos propios y mucho menos a los donados por otros en estado de congelación, procedimiento caro de suyo, ahora sobran en España 230 mil de estas vidas humanas, que jamás conocieron ni conocerán el calor hogareño, y su destrucción es inminente. 

En lo recóndito del hogar, no queda ya sitio para la globalización. Los gritos de auxilio se escuchan en todo el mundo: el tráfico de menores y su abuso indiscriminado, el desarrollo medido por el número de condones usados anualmente por persona (vendidos en buena parte por la compañía Playboy Condoms), embarazos de adolescentes por familiares y conocidos en el entorno familiar, el incremento de parejas que no se casan por temor a "perder" su libertad, la presencia de alcoholismo y drogas desde temprana edad..., y un largo etcétera de plagas y enfermedades incurables en aumento.

Los incrédulos y librepensadores de los siglos XVI y XVII, precursores de la Ilustración, eran como hermanas de la caridad comparados con los de nuestro tiempo. Quienes frecuentaban esos círculos, procuraban pasar inadvertidos en su mayoría. Hoy, al contrario,  los "avanzados" en costumbres desarraigadas de la ya mencionada tradición y buenas costumbres se valen de la difusión de imágenes y textos al alcance incluso de los niños para difundir sus excentricidades.

En efecto, la vida se troncha cuando la familia se apaga.

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