Una profesión nueva: activista (con título universitario)

Todo arranca en mayo de 1968. En París, los jóvenes descontentos no cesaban de gritar: Prohibido prohibir. Dando un paso más adelante, los insatisfechos de hoy, se presentan ante el mundo como activistas.

No resulta fácil entender este fenómeno. A los hijos de gente acomodada, sobrevivientes de los horrores de una guerra atroz con un lustro de duración, no les gustaba el panorama vigente: aprender una profesión o estudiar una carrera, sumergirse en la corriente social, tranquila, que lleva al matrimonio, para vivir en una casa hipotecada pagadera con el tiempo, donde la educación de los hijos será el orgullo y la esperanza del mañana. Y cumple las normas sociales y cultiva los valores del espíritu.

Esa protestas de hace casi medio siglo, inmersas ahora en el marco de la globalización creciente, han ido ensanchándose con mil afluentes por las calles y desembocado incluso en las universidades. Los grados académicos de ayer, casi obsoletos, han dado paso a tantos otros que, al salir al mercado, no encuentran empleo. Así se produce un nuevo desfase entre logros y ofertas. Y un aumento de la insatisfacción.

Los líderes del recién nacido partido político Podemos, nacen en la Universidad Complutense de Madrid, pasan a las manifestaciones callejeras y ocuparon en fecha reciente, por primera vez, setenta sillas en el Congreso. La  falta de claridad en sus discursos, el uso de las personas mediante el engaño, y sus conexiones en el mundo de la política con partidos cuyas acciones parecen poco dignas de encomio, como el dirigido por el presidente Maduro, por ejemplo.

El descontento se halla por doquier, alimentado por la falta de justicia y solidaridad, no sólo en las zonas próximas a la residencia de los afectados, sino también en los países lejanos donde parecen no haber llegado todavía. Hasta esos legares remotos se trasladan activistas y feministas con al intención de "enderezar entuertos", que no faltan.

La encuesta publicada ayer por la BBC con entrevistas a 20 mil personas de 18 países, nos da pie para pensar que crece el número de quienes se sienten más ciudadanos globales que de sus respectivos países.

Algo parece estar cambiando en el mundo. El orden de la caridad, el afecto, suele ir de lo más próximo a lo más lejano; de la familia a los compañeros de trabajo y a los habitantes de la misma ciudad. Claro, puede darse un conocimiento de lo cercano tan negativo que nos empuje a buscar otros círculos de amistad más apartados. Pero, eso ocurre por excepción. No podemos tomarlo como la norma. La encuesta de la BBC nos revela ese alejamiento de lo familiar para ir en búsqueda de otras experiencias.

Quienes van a otros países sin tener en cuenta su sistema jurídico y, a toda costa, se enfrentan a la cultura reinante, tal vez no les mueve la caridad, sino el agitar las conciencias de los nativos. Ir a defender los "derechos de los homosexuales", los "osos polares", suprimir el "burka" en el Islam,  puede crear olas en esos países en donde, algunos de ellos,  ni siquiera se tiene qué comer, ni tampoco un lugar digno para recibir la educación debida.

Muchas de las ONG vigentes reclutan y viajan a países extranjeros con la idea de que el mundo es global. Sin embargo, el poder establecido ve esas acciones como una intromisión en sus asuntos internos. Y como una manera de socavar el poder, por unos sujetos ajenos totalmente a la rendición de cuentas ante tribunal alguno.

Creemos que decir, soy activista, titulado, no es  fuente de derecho.









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