Transparencia en tiempos de materialismo: un anhelo... absurdo







La educación, en toda sus facetas, comienza en el hogar...allí donde todavía se estila. Hoy se ha substituido, como en tantas otras cosas, la sinceridad por la transparencia. Aquélla es una virtud; ésta, no.





Vivimos sin duda en tiempos de materialismo, y eso tiene un precio. Lo desconcertante es que se invoque tanto y en tantos lugares la transparencia.

Las mujeres, siempre tan dóciles, son las únicas que han aceptado sin rechistar en todos los rincones del planeta las leyes de transparencia. Sus vestidos de calle cumplen estrictamente con la ley, y ellas sufren sin rechistar las inclemencias del tiempo. Esto son ciudadanas y no la retórica de los clásicos. 

Sin embargo, aunque le cause extrañeza o risa a alguien, esta moda dificulta aún más vivir la castidad, una virtud para casados y solteros, cuya ausencia da como resultado un subdesarrollo del amor, porque la persona, se queda al margen porque es invisible, y lo carnal de los sentidos impide ver esa dimensión integradora de nuestro ser: cuerpo y espíritu con su su parte psíquica. 

El éxito se mide en la actualidad por los medios materiales a disposición de una persona, sin que importen mucho los medios para conseguirlo. Las conquistas en todos los órdenes, encumbran socialmente, y sacan a a las personas de la penumbra en que viven.

Los compromisos sin marcha atrás han perdido brillo, tanto en la vida laboral como en la conyugal. La perseverancia en la vida buena, pasa desapercibida, y en ella se alimenta y aquilata el amor. O visto de otra manera: el que descubre el amor en su encuentro con una persona, persevera en sus compromisos

Esta moda reciente del cambio por el cambio,  alcanza sin duda al matrimonio. A esta institución se le entra hoy con escasa preparación, tarde, y con discreción y cautela porque no se sabe cuánto va a durar. La promesa de "hasta que la vida nos separe" está hecha de palabras, y como tales se desvanecen con el viento. 

"Si al amor se le quita la hondura del don y el compromiso personal, lo que queda está en oposición con el amor, es su negación, y acaba convirtiéndose en prostitución". Estas duras, pero claras palabras de san Juan Pablo II, ilustran lo que venimos diciendo: el miedo al compromiso no es otra cosa que la falta de amor. Entonces, si se dan las relaciones sexuales se prostituyen. El viejo refrán viene al quite: Aunque la mona se vista de seda (como en las bodas del mundo), mona se queda. 

El hombre invoca la transparencia, tanto cuanto más se ha materializado su vida. Sin darse cuenta, clama por la vida del espíritu, pero el ambiente mundano que le rodea y asfixia, le impide lograrla. Busca en donde no está. La corrupción impide dar pasos firmes para que nos vean tal cual somos en nuestro ser y en nuestras acciones.

La transparencia así vista, se reduce al logro de seguridad, presentando las cuentas claras,  algo querido por todos. Pero los caminos internos de la conciencia están torcidos, las cañerías, insalubres y malolientes. 

La transparencia se quiere para  saber de antemano lo que va a ocurrir mañana, para saber dónde invertir. Claro está, nadie lo sabe, excepto el que ha visto el amor  en el origen de una relación que, sin dejar de lado la unión sexual, sabe que ella también aletea el espíritu.

Entiende la grandeza (y la dificultad) de emprender un camino unido a otra persona, que no termina nunca. De ahí que se requiera el concurso de la Gracia, la presencia de Dios en el matrimonio, que, al querer, se quiera para siempre.

La transparencia sólo se da en el espíritu. Por eso se están volviendo locos quienes, en la política, en la economía, incluso en el placer, invocan el principio de transparencia a lo que por definición es opaco. En efecto,  causa desazón cuando aparecen los ya no tan atractivo. El único avance en transparencia que hemos visto, como ya dijimos, hasta ahora, se ha fincado en los tejidos del vestido femenino. Ahí le han dado al clavo los diseñadores de la moda.

Los científicos, con su bien ganado prestigio, nos han enseñado que dar cuenta de lo existente se reduce  al mundo de lo material. No importa qué tan sagaces sean las personas con sus argumentos. Creer en la estrella Nova, a millones de años luz de la Tierra, requiere de un acto de fe, pero muy pequeño. Al fin y al cabo se detecta una sombra en la pantalla a partir de la fotografía de uno de esos guardianes del universo que circundan nuestro planeta.

Ahí hay algo. Ahora debemos encontrar a alguien en ese espacio ilimitado circundante. Pero para ello hacen falta grandes inversiones de capital. No es posible, dicen, que seamos tan arrogantes y pasar de largo en el universo sin la compañía de otros seres. Y la matemática acude en ayuda de esas mentes  sabias, brillantes, para entablar un diálogo racional en términos de probabilidades. Pero ese encuentro debe ser con algo material, por necesidad. 

Lo opaco se puede fotografiar. De ahí que haya cobrado tanto auge el mundo de las imágenes. La mujer, por ejemplo, se ha reducido a eso: un cuerpo opaco, para ser fotografiado, deseado, compartido en las innumerables relaciones de las redes sociales.

El espíritu, languidece, porque sólo se alimenta de amor, y no se deja fotografíar.


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