No hay puerta trasera en la reciente Exhortación del Papa

Quizá algunos oportunistas de las corrientes del modernismo esperaban ver un documento pontificio sobre la familia echando por fin a tierra todas las cargas medievales habidas en las ediciones previas al tratar sobre los asuntos espinosos relacionado con las familias de hoy, no las de ayer.

¿Resultado? Se ha vuelto a ratificar toda la doctrina vigente. ¿Sorpresa? Ninguna. ¿Algo de nuevo? Sí, en cierta manera. Se insiste por activa y por pasiva que la caridad se debe vivir siempre, aun en las situaciones más críticas. ¿Ejemplo? El dado por Jesucristo en el Evangelio, al tratar con la Samaritana (varios matrimonios anteriores y su relación actual ilícita) y con la mujer "sorprendida" en adulterio (No sabemos el nombre de ninguna de las dos). 

Eso es todo. El papa Francisco, con alma y extensa experiencia de pastor, se detiene ampliamente en recordar la importancia de ir preparando  los caminos de formación de las conciencias a quienes aspiran al matrimonio. Suele haber en muchos sectores de la Iglesia casi un absoluto silencio sobre lo esencial, en lo referente al sacramento del matrimonio y a otros sacramentos. Asimismo, se llama la atención sobre la necesidad de acoger, como el "buen samaritano" a quien resulta herido en el camino, muchas veces a causa de la violencia de las costumbres y juicios sociales.

Por ejemplo, el aborto y la eutanasia no se permiten bajo ninguna circunstancia, aunque la candidata del partido demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Hilary Clinton, los lleve defendiendo, sin pudor ni respeto alguno, desde 1994. Su conducta ha propiciado millones de crímenes en todo el mundo a personas inocentes, nonatos.

El Papa también recalca la imposibilidad de llamar bien al mal objetivo en todos aquellos divorciados y  vueltos a casar, ni en quienes viven unidos de hecho o solamente en unión civil. La llamada gradualidad de la ley no se aplica a los principios que rigen la unión conyugal, sino a los casos concretos a discernir por quienes tienen autoridad para ello. Es decir, mientras la justicia obliga a discernir cuidadosamente cada situación particular, la caridad impele a que a nadie se le puede hacer sentir lejos de la Iglesia.

Aquí tampoco cabe, sin embargo, la trapisonda de algunos sacerdotes al conceder el acceso a la Eucaristía a quienes viven en pecado mortal, debido a su  peculiar modo de encarar el matrimonio y las subsiguientes relaciones habidas en el proceso de su vida.

En fin, los media pueden decir lo que quieran. También, desde algunos rincones de la Iglesia, se han oído voces equívocas sobre el matrimonio. El asunto, empero, queda claro: el matrimonio es de institución divina y no se puede modificar. Ahora bien como Dios es amor, cuando los representantes de Jesucristo en su Iglesia tocan estos asuntos referidos al matrimonio, deben hacerlo con caridad, es decir, con gran cariño y delicadeza.



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