¿Exigir en la educación?

La educación se nos ha caído de las manos (de los padres) o va en vías de hacerlo.

Al pasar por colegios y escuelas, incluso en frente de algún kindergarten, se ve el anuncio de su estilo educativo. ---"Venga a jugar, dicen algunos; pásela bien, resaltan otros. ¿Quién ha dicho que el aprendizaje exige esfuerzo?, retan otros.

Con el tiempo, si alguno de estos muchachos comete alguna felonía  aducen cuando se les pregunta el porqué: "Es que se me hizo fácil".

Gozar, esa es la palabra. El "imperativo del goce" lo llaman algunos alumnos contemporáneos de Lacan. Queremos gozar a toda costa. Ninguna religión nos puede prohibir tal cosa, alegando la trascendencia como el punto adecuado para el goce, si en esta vida se renuncia a él. El psicoanálisis se refiere a la "religión" como una neurosis colectiva.

Pero entonces,  ¿qué hacemos con el "sentimiento de culpa" nacido en nuestro interior cuando pensamos realizar o cometemos algún acto malo? Pues que todo se debe a un sistema educativo muy rígido, y por tanto se ha quedado impreso en nuestra conciencia. Se debe someter quien así piensa a un sistema de terapia para curar las viejas y pasadas de moda formas de pensar.

Esta forma de pensar peca de transitar con la moda. Es decir, se puede pasar de una corriente de pensamiento a otra y optar por  la forma de querer las cosas según convenga, de acuerdo como soplen los vientos. El hombre, sin embargo, no es una veleta aunque pueda comportarse como tal.

El espíritu humano está hecho de tal manera que sólo puede tender a la felicidad, pero para ello debe tener alguna información sobre ella, por nimia que sea. La voluntad natural de hombre consiste en una tendencia hacia un único fin. La voluntad sale de sí misma en búsqueda de ese bien fuera de ella, no inventado por ella, trascendental, que no es otra cosa sino la felicidad.

En ese recorrido de la voluntad natural, sale a su encuentro la razón para decirle lo que le hace feliz. La voluntad no sabe qué es la felicidad, pero dicho de una manera metafórica, al salir de sus soledades se encuentra con quien le dice, la razón,  en qué consiste ese bien que le hará feliz. Dicho de otro modo, el conocimiento conduce a la voluntad a los bienes en tanto en cuanto los conoce (los medievales llamaban a esta voluntad dotada de conocimiento del bien, voluntas ut ratio).

Ahora bien, la voluntad humana se puede encontrar con algún inconveniente a la hora de seguir esa propuesta de bien: porque no le gusta o no le apetece en ese momento. Pero seguir este camino lleva al absurdo, y muchas vidas se gastan en esa pastura, porque al obrar así se rechaza lo que naturalmente se busca sin remedio: la felicidad, que siempre tiene forma de bien.

Por tanto, en la educación se debe exigir que el espíritu humano se habitúe, forme hábitos en la voluntad, aunque cueste, para ejercitar la tendencia de la voluntad natural hacia ese conjunto de bienes, no impuestos, sino expuestos. Así la libertad se encontrará queriendo lo que la hace libre. El hombre debe así experimentar lo que le hace ser feliz.

La conciencia  no es la loca de la casa: si se la forma en el proceso educativo, es capaz de establecer juicios contundentes sobre el bien de las cosas. Sin embargo, ese juicio no garantiza el bien obrar. 

La inteligencia está dotada de criterios para indicarnos lo que nos conduce al bien. Es el principio de la norma moral. No se puede poner la luz de una vela debajo de una olla. Debe iluminar para crecer en el conocimiento del bien. Habituándose a él para ser libre.



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