Satanás quiere llevar al hombre a un punto sin retorno


La mordedura satánica puede llevar, incluso a los buenos, a un punto sin retorno. Y tenemos algunos ejemplos.

El caso de Adán es el primero de la historia. Después de comer del fruto prohibido, Adán se esconde entre la maleza. Yahveh solía pasear con ellos, Adán y Eva, al atardecer. 


Pero ese día Adán se esconde. Yahveh le interpela por su desacostumbrada conducta y le responde así: Me escondí porque estaba desnudo. ¿Y quién te dijo que estabas desnudo? --le contesta Yaveh--. --¿Acaso comiste del fruto prohibido?. 

El punto a considerar es el siguiente. Adán se cree en ese momento completamente indigno de relacionarse con Dios, como era su costumbre. Él se aleja de su Creador, con la intención de no volverlo a ver más. La picadura satánica ha sido mortal. La naturaleza humana está pervertida para siempre. Y esa naturaleza humana se transmitirá de generación en generación. Adán ve que no tiene remedio se esconde.

Años más tarde, en tiempos de Jesús, presenciamos una escena parecida.Se trata de Judas Iscariote. Había  convivido íntimamente con su Maestro durante tres años, junto a los demás apóstoles. Pero se deja llevar, tentado por el diablo, por la idea de vender a Jesús a los principales de los sacerdotes por 30 monedas de plata y los conduce hasta donde él estaba, en el huerto de los Olivos. La señal era saludar a Jesús con un beso, y su Maestro le descubre su intención de entregarle a los soldados.

Judas se da cuenta de su traición y arroja las monedas en el Templo, arrepentido. Pero, en vez de pedir perdón a quien era su "amigo", decide  quitarse la vida. Se cree indigno del perdón dado la magnitud de su ofensa. Se le olvidaba lo que también él había escuchado de boca del Centurión: Di una sola palabra y mi alma quedará sana.

Aquí tenemos dos ejemplos de personas viviendo en la intimidad con su Dios en el caso de Adán, y con su hijo Jesús en el caso de Judas. Pocas personas en la historia habrán tenido la oportunidad de convivir tan íntimamente con Dios mismo. Pero, satanás les gana la partida. ¿Qué ha ocurrido?

En ambos casos, parece, el diablo se ha servido de la soberbia del hombre. Quienes querían "ser como Dios" se dan cuenta de su pecado, se creen indignos del perdón, y se esconde Adán de quien le ha puesto en el jardín del Edén a partir de la nada. Ocurre lo mismo con Judas. Reconoce su pecado, pero no concibe por soberbia la capacidad de ser perdonado.

Esto mismo puede pasarnos hoy: sentirnos indignos de alcanzar el perdón por algún pecado cometido, justificar así ante nosotros mismos nuestra huída y el dejarnos en manos de satanás por toda la eternidad, lejos de Dios. Y esto ocurrió a personas que vivían muy cerca de Dios.

Por eso, san Jerónimo  (s. IV) y santa Faustina Kowalska (s. XX) experimentaron cuando Jesús les pedía el  regalo más preciado, que eran sus propios "pecados" lo que había venido a pedirles. Lo demás, lo "suyo", eran los regalos que Dios les había dado.


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