La fe viene de escuchar


Podríamos responder en seguida a esta cuestión, pero se nos echaría en cara la ausencia de razonamientos para mantener esa postura. Es el problema de quienes son los "sabelotodo". Apenas se incoa una pregunta, esa persona ya tiene la respuesta.

Hoy se va tan deprisa de  una a otra parte sin tener tiempo siquiera para escucharnos a nosotros mismos y mucho menos a los demás, presos, como tantos andan, en bagatelas con cuento.

Podríamos pensar que esa persona no duda de su verdad,  pero quizá convendría que nos preguntáramos si se ha parado a discurrir en qué consiste la verdad. Se dan respuestas concatenadas, tal vez, pero con un punto de partida sin fundamento. Negar, por ejemplo, la existencia de Dios sin más le lleva a concluir a Jean Paul Sartre el sinsentido de la vida y a ignorar todas las palabras a él atribuidas, bien sea en la Tradición o en la Fe. Pero no porque algo rebasa nuestra comprensión se debe arrinconar renunciando a ello como algo incoherente para la experiencia.

Por lo general, en una  reunión amistosa se da ese mínimo de cercanía, bien en lo profesional, en los gustos o en los pareceres. Discrepar es entonces un aliciente para seguir expresando las ideas, y no se trata de concluir en una reunión de vencedores o vencidos.

Si vemos la llamada reunión desde otro ángulo, nos podríamos sorprender al comprobar el atractivo, o uno de ellos, de ese estar varios amigos en grupo oscilando informalmente de un tema a otro en la conversación. Pero se suele aprender porque, con frecuencia y sin darse apenas cuenta, se suele pasar del conocimiento natural al tratar asuntos de todos los días o científicos al ámbito de la fe sin forzar la situación.

Y esto ocurre así  cuando se escucha, cuando no prospera el ánimo de quedar bien, de sobresalir, y surge el interés por seguir el  hilo de la conversación. Hay quienes suelen poner de entrada un freno a tratar de ciertos temas porque los relacionaos con lo religioso, por ejemplo, pueden acabar en conflicto cuando cada quien quiere salirse, como se dice,  con la suya. Sin embargo, no faltan otras  reuniones donde el motivo principal se da precisamente en el conversar de esos asuntos ignorados en otros ambientes porque en una reunión así se da el intercambio amistoso de pareceres. Es el mismo sabio Sócrates quien  afirma  tener la certeza de las últimas verdades gracias al haber sido capaz de escuchar.

Es interesante que este filósofo clásico deje constancia de lo que San Pablo repetirá tres siglos más tarde. En escuchar se encuentra la puerta de entrada de la fe.

Por supuesto, no basta con reunirse un grupo de amigos para obtener los beneficios del escuchar. Es condición necesaria pero no suficiente. Se requiere estar interesados en esos temas personales, a veces íntimos, donde se relacionan los asuntos de cada día y lo trascendente.

Se suele decir que la fe es la aceptación de algo que no se ve debido a su procedencia divina. Desde luego, en este acto personal, no cabe la presión exterior con el fin de lograr un apoyo a una propuesta. 


 





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