¿Por qué tenemos libertad?


La respuesta a esta pregunta, es simple: porque Dios es amor. Sólo se puede querer libremente; en un lenguaje más coloquial podríamos decir: porque a uno le da la gana.

De aquí podemos deducir que Dios quería ser querido por el hombre. En caso contrario, no nos hubiera hecho como él es: somos a imagen y semejanza suya. Pero el hombre, a la primera de cambio, seducido, quiere ser como él.

Este deseo, se va a  en  más tarde. No ocurrirá así comiendo de un fruto prohibido de un árbol del Jardín del Edén, como Satanás le propone. La transformación del hombre, su divinización, va a ocurrir, sí, pero comiendo la carne del cuerpo de Cristo, como él mismo anuncia en la aldea de Cafarnaum.

El amor es algo divino, impropio de la materia. El camino elegido por el hombre a propuesta diabólica es apetecible, pero  imposible de llegar a donde se pretende, porque el amor tiene su origen en Dios. Es decir, es imposible amar si no nos es dado el amor. Por eso cuando al hombre se aparta de Dios, quiere, como en un sueño, "hacer el amor". El amor no se hace, no se puede hacer; se recibe de que lo tiene como propiedad.

Las tecnologías, los inventos humanos, pueden llevar a creer, como en el Jardín del Edén, algo  fatuo y  pensar el amor  como algo hechizo. Por eso la "santidad" no se puede lograr a base de hacer cosas, por muy buenas que fueren. Se trata de amar al amor con su amor. Y eso se va logrando al hacer el plan de Dios, no lo que a uno le parece bien, sino el diseñado para cada uno. Santa Teresita del Niño Jesús, por ejemplo, entra a una comunidad de monjas carmelitas, pero ahí encuentra su "caminito", el suyo propio, el querido por Dios para ella. Dentro de la "comunidad" de vida, había un diseño específico para ella, y para cada una de sus compañeras.

Ahora se puede entender mejor el  amor. Es algo personal, intransferible. Dios quiere a cada una de sus criaturas específicamente, no genéricamente, y se entrega personalmente a cada uno, esperando recibir a cambio un tanto de ese amor dado.

Por eso, la libertad se entiende sólo con el lenguaje del amor, que elige, una y otra vez, realizar aquellos actos encaminados al fin propio de cada quien, porque en hay muchas moradas en la casa del cielo.










 

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