La presencia de lo invisible

 


Al hombre le cuesta admitir la presencia de lo invisible. Estamos acostumbrados a ver a través de los sentidos; cuando falla la vista, nos apoyamos en el tacto, el oído, en el olfato, incluso el sentido del gusto nos descubre las cosas por su sabor sin verlas siquiera.

Pero no podemos desprendernos tampoco de la idea de lo "invisible" porque buena parte de la vida y de las relaciones sociales transcurren bajo su signo. El pensar, el querer, el amor, son todos aspectos fundamentales de la existencia humana.¿O es que alguien ha visto o tocado un pensamiento o ha tenido algún contacto con el amor, más allá de sus manifestaciones con los demás? ¿O se ha enfrentado con la vida en el momento de su aparición, no con un ser viviente, sino con la vida misma?

Sin embargo, son algunos de los científicos más connotados en su campo quienes niegan no la existencia de lo invisible sino incluso  la posibilidad de serlo, y aceptan existencias a millones de años luz o en la profundidad infinitesimal de un átomo. Parecen decir: hay, pero no puedo ver, e invierten miles de horas de su tiempo y cifras impensables de dinero en algo que quizá pudiera encontrase ahí.

Les cuesta admitir algo tan sencillo, y convincente, como expresar lo obvio: sólo el ser puede darlo. Si somos es porque el ser es y quiso que fuéramos. Es decir, piensa y quiere. Y el amor se esconde en la palabra, principio --no origen-- de todo. La palabra es el regalo de quien es para que seamos. La usamos y no se ve, para designar lo que ya hay. Es como un préstamo, una semejanza con el principio, para seguir el rastro de la creación, cuando al primer hombre se le dijo: todo esto es para ti; cuídalo. Un día, cuando me veas en mi ser invisible, verás  es docode verdad el todo, y ese todo que hoy tratas de abarcar, te parecerá nada.

En fin, la Teresa de Ávila escribía de una visión imperceptible: podría seguir así, viendo esto mismo, sin variar,  por toda la eternidad. 

¡Y es doctora!, pero tenía fe y veía con el corazón. 


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