No se quería hablar de la muerte, y nos visita el virus

La vieja, Giorgione, 1508.




En principio, el tema de la muerte no suele estar en las conversaciones habituales. Se suele bajar incluso el tono de la voz cuando se la menciona. Se sigue la recomendación de "el muerto al hoyo, y el vivo al bollo". 

Esta forma de pensar se debe, sin duda, a una concepción chata sobre la muerte. Si, efectivamente, se la ve como un "mal" absoluto, entonces no hay porqué hablar de ella. Por el pecado entró la muerte en el mundo, un mundo donde el hombre no estaba destinado a morir. 

Pero sabemos también  que la muerte ha sido destruida. Por tanto, hay esperanza. No todo se acaba con la muerte. Hay vida después de la muerte. Lo peor sería seguir viviendo como muertos habiendo vida; es decir, nadie que no crea en la resurrección se encontrará, como si fuera una sorpresa, con una verdadera vida.  O vivir la vida como si "todo" se fuera a terminar con la llegada de la muerte; en este caso, ya no habría nada en lo que esperar.

Estas ideas no surgen de un pretendido optimismo. Tenemos "noticias" suficientes para atestiguar la esperanza el más allá. Nos llegan de todas partes, de todos los tiempos. Ahora bien, el "incrédulo" nunca aceptará testimonio alguno. Siempre habrá algún pelo en la sopa. Asombra cómo los "sabios" de la Ilustración, tiraban por la borda la herencia depositada en sus mentes por la tradición, con la excusa de que el "ayer" nada prueba, excepto la ignorancia del pueblo sin asomos de cultivar la razón, abandonados a sus creencias en un espíritu inexistente.

Sí, creemos en Dios, pero adaptado a las exigencias razonadas de nuestro tiempo. Ahora nos viene este grave problema de la pandemia a nivel mundial. No se sabe a "ciencia" cierta el camino a seguir. Mientras, el camino se va llenando, literalmente, de cadáveres y no se halla lugar suficiente para su enterramiento, apartados de sus familiares por temor al contagio. Los trabajos suspendidos han dejado sin empleo y sin sueldo a millones de familias. Nunca habíamos visto cosa semejante. Ahora, la muerte se enseñorea del paisaje y de las noticias. No se habla de ella, sino para reportar el número de víctimas en cada región y  compararlo con el de otros lugares.

Importa más, sin embargo, el paso seguido después de la muerte. Destinados a la inmortalidad, ya se acaba el tiempo. Se instala un presente continuo  después de un juicio, donde nadie se escapa al destino justo y misericordioso  según sus obras. Ahora sí, nadie escapará a este momento terrible. Los millones de crímenes sin pagar, la seducción de niños y víctimas inocentes, las vidas rotas por el egoísmo y la soberbia, el triunfo banal de la mentira en todos los órdenes sociales, la indiferencia ante la pobreza y las necesidades de tantos, la pérdida del honor y de la fama debido a las maquinaciones a escondidas de quienes deberían haber defendido la inocencia de los acusados..., en fin, todo esas vejaciones, mutilaciones, sufrimientos de tantas personas, encontrarán ahora su lugar en la presencia de Dios.

En efecto, por esto se silencia la muerte: no tanto por ella misma, sino por lo que pudiera venir después. Moverse, aunque sea con la imaginación, por ese camino eterno del que no hay vuelta, inquieta. Sólo el trato, ahora, mientras hay tiempo, con quien nos espera en esa vuelta del sendero, nos puede hacer descubrir su misericordia, porque se trata de un padre amoroso.