¿Estar perdido? "Hay que perderse para llegar a sí mismo"





Papiro del Padre Nuestro más antiguo.









Estar perdido. La sensación es angustiosa. Más cuanto más nos acercamos a una búsqueda esencial y se apagan todas las luces del camino, las del cielo y las de la tierra.

Todos hemos sufrido una experiencia más o menos grave en un bosque, en el mar, en la carretera, en la resolución de un problema, a la hora de tomar una decisión...Uno piensa, pero le falta luz, criterio, para seguir un rumbo concreto. Hoy diríamos, recurriendo a la analogía del GPS, un avance de la tecnología para no perder el camino.

Pero la tecnología no marca la senda del espíritu. No puede hacerlo, por la sencilla razón de que "el espíritu sopla donde quiere". Nadie puede decir está aquí o allí. Lo llena todo, desde el principio, cuando se paseaba por la superficie de las aguas.

Destinos, muchos. Cuando se compra un boleto de avión, se pide siempre el lugar de destino. Los pasajeros saben a dónde van. ¿Se puede dudar en ese momento? No. Las dudas, si las hay, vienen antes de elegir el viaje. Sin embargo, en el viaje de la vida, "hay que perderse para llegar a sí mismo", nos recomienda Ratzinger al repasar la conversión de Guardini: "El Dios de libre acceso no existe". Sólo hay un Dios adecuado.

Entonces, cada uno debe escuchar lo que este Dios le dice, para poder seguirle. Es el momento de la conversión. Es la llamada a  que cada quien se abre libremente, hasta hacer suyo el mensaje. A lo largo de la vida, pueden darse varias llamadas a la conversión, como ocurre en la vida de los santos. Son las llamadas del "buen pastor" indicando una y otra vez el sendero a seguir, aunque no coincida con nuestros planes.

Es la única manera de "llegar a uno mismo", y que esa voluntad corregida tantas veces, llegue a una misma cosa con la del Maestro. No podemos configurar a Dios para que coincida con nuestra razón para vivir así en "armonía" con nosotros mismos. Una "armonía prefabricada", prêt-à-porter, como en el mundo de la moda. Al final, esas maneras conducen a la "soledad" disimulada, atenuada, por la continua interrupción de las "redes sociales".

Sin embargo, a partir de esa "soledad", donde todo parece perdido, se puede encontrar uno con la Iglesia, con un mandato concreto al que obedecer, junto a quienes profesan la misma fe. El solitario deja de serlo y se encuentra acompañado por todos aquellos que tienen un Padre común, que nos "libra del mal".













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