Volver a empezar: Mientras hay vida, hay esperanza
Bartolomé Esteban Murillo.
El regreso del hijo pródigo, (1670)
Es una suerte haber recibido la vida y seguir viviendo por ella. De hecho, es un gran prodigio haber sido elegidos "desde antes de la constitución del mundo", para movernos en el tiempo y el espacio con un fin determinado, sin menoscabo, ni siquiera un ápice, de nuestra libertad.
Sin estos dos regalos, el de la existencia y el de poder elegir ese bien que bien nos viene, la vida sería como la de un cuerpo flotando sin rumbo en el espacio sideral.
Pero, tenemos vida y, gracias a ese fin señalado, podemos elegir tener fe. De ahí la frescura del viejo adagio: Mientras hay vida, hay esperanza. La esperanza no se reduce sólo a las cosas de esta vida, pues sería cosa bien triste.
Siempre se puede corregir el rumbo dando un giro a la rueda del timón para volver a empezar.
Rembrandt, de manera genial, plasma este "volver a empezar" en la pintura del "hijo pródigo". Se ha dicho mucho sobre este cuadro. Tengo para mí el sentido profundo de este encuentro entre el "padre y el hijo pródigo". No se trata sólo del perdón del padre, concedido al hijo al regresar a la casa paterna.
Se trata de un derroche del amor de Dios. Dios es amor, y no se puede contener. Lo manifiesta de manera singular a a cada una de sus criaturas.
Recordemos la pregunta de Jesús a Pedro, después de la Resurrección. Ahí sólo importa el amor, no los pecados. "¿Me quieres más que estos?". Y Jesús recita la pregunta tres veces, no para humillar, sino porque sabe el peso de las tres negaciones en la conciencia de Pedro. Esta parábola viene a decirnos de la esencia de la relación divina con el hombre: se reduce al amor y no puede ser de otra manera.
Por supuesto, el runrún de las negaciones de Pedro le roía el alma. Por eso Jesús le recita tres veces la importancia única del amor en nuestra vida. El amor puede sacar a un alma del abismo. Pero ese amor no lo posee el hombre: es también un don divino.
Entonces, sólo nos queda pedirlo. Es gratis.
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