¿Alargar la vida?







El hombre está fascinado por la cantidad, desde el principio.

Dotado como está de un cuerpo material, visible, presumible, le gustaría conservarlo para siempre, con unos pequeños, o grandes, retoques si fuera necesario.

Es la locura. Dios mismo, en el Paraíso, propuso la "muerte" como remedio a la posibilidad de seguir siendo inmortales si conseguían  acceder al "árbol de la vida". Dada la transgresión al haber comido del árbol de la "ciencia del bien y del mal", puso delante del Edén a querubines y "la llama de espada vibrante", para guardar el camino del camino del árbol de la vida", pues había dicho Yahvé Dios sobre el hombre: "Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él vida para siempre".

El hombre creado se había convertido en  "juez del bien y del mal" al haber comido del árbol de la "ciencia", situado en el centro, junto al de la "vida". Pero el  "alejamiento de Dios" le mengua su capacidad de discernimiento, y lo vemos reflejado hasta el día de hoy.

La ciencia, desarrollada con el auxilio de la razón, busca la "inmortalidad", inscrita en el corazón del hombre. La torpeza, sin embargo, aflora cuando el estos tiempos "pos",  en este caso, el poshumanismo, tratará de "reprogramar" las células para devolverlas a su fase embrionaria. 

Es decir, la ciencia trata de cooperar al  "alargamiento" de la vida, innecesariamente,  lo que podría suponer una verdadera  "condena",  en vez de centrarse en "curar" para así lograr una mejor "calidad de vida". 

El hombre no se da la vida a a sí mismo, y tampoco se la puede quitar. Sí puede y debe procurar una vida digna, no exenta de achaques y enfermedades. La dignidad no procede de la salud, pero se deben emplear los remedios "paliativos" lograrlo cuando sea necesario con el fin de  acoplar esa dolencia con la "dignidad" de la persona.






















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