Buscamos la felicidad

La tragedia, una vez más, aparece en las aguas del Mediterráneo.

Se habla de 700 desaparecidos en las costas de Libia, rumbo a Italia.

El papa Francisco se ha referido a este hecho con un profundo lamento: "Buscaban la felicidad". Pero encontraron la muerte.

Seguir este fin natural del hombre, no exime de calcular los riesgos. Goethe decía: "Toda actividad incondicionada lleva al final a la bancarrota". Es decir, debemos de tener en cuenta el contexto de nuestras acciones. 

Si perdemos la vida, lo perdemos todo. Es decir, no debemos usar nunca exclusivamente la humanidad de una persona como medio. Así razona Robert Spaemann atacando a fondo la postura de Kant. Sin embargo, añade el filósofo alemán, amigo de Ratzinger, "salvar otras vidas puede justificar el sacrificio de la propia".

El continuo flujo de inmigrantes a Europa por diferentes caminos, y el de los países iberoamericanos hacia Estados Unidos, está sembrado de muerte y explotación. El rostro humano de una persona ya no significa nada. Al encontrarnos con otro como yo, no podemos empezar a preguntarnos, ¿será esto una persona?, como si pudiera haber hombres que no lo fueran.

La parábola del buen samaritano da buena cuenta de esta situación. En el camino a Jericó, los bandoleros asaltan a un viajero, dejándolo malherido. A veces, nos encontramos en la calle a quienes a base de perder buena parte de su identidad como personas, aunque lo sigan siendo, cuesta trabajo darles el beneficio de la duda. En seguida sacamos excusas: "Déjalo, no te metas en líos". "Algo habrá hecho", etcétera. 

Son los mismos reparos que aparecen en la parábola, salidos incluso de la boca de un sacerdote y de un levita, quienes, por oficio, deberían ser más considerados. Pero es que, como reza el refrán, "el hábito no hace al monje". La bienaventuranza, el ocuparse de quien necesita de uno, sea quien sea, es un acto nacido del corazón. En efecto, la apertura del corazón hacia los demás, en todos los sentidos, es el fruto de la caridad.

La dureza de corazón de nuestro tiempo, no conoce latitudes ni ideologías. Ese temor a dar la cara por los demás guiado por la verdad, esa mezquindad que impide dar de lo que a mí me corresponde en beneficio de ese otro yo que se cruza en el camino, impide  que la solidaridad,  como un primer paso hacia del cuidado del otro, malherido por otros hombres, unte sus heridas con aceite. Luego, la caridad, un paso más, me empuja a dar de lo mío y acomodar a ese hombre, que es persona, como lo es el "embrión" que aún disfruta de la seguridad del vientre materno, en un lugar digno, hasta que pueda hacerme cargo de él personalmente.

Ya está bien que las Naciones Unidad, y las naciones en particular próximas a las grandes masacres de nuestro tiempo, pasen de largo como si hubiera algo más importante que el aquí y ahora. 

Señores, estamos hablando de hombres que son personas, que buscan la felicidad a toda costa, aun a costa de la misma vida.







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