Políticos sin ley de Dios, nefasto para la sociedad


Todos queremos lo mejor, pero a la hora de elegir a un político nos inclinamos por seguir la ideología en turno o las promesas fatuas de un buscador de poder.

La ley de Dios nos indica con claridad el camino del bien común, fin ineludible de una sociedad interesada en lograr un ir mejorando la condición social mínima de cada uno de sus miembros. Cuando esa Ley falta, entonces se precipitan la ambición de poder para surtir el beneficio personal. 

Puede sonar muy radical la propuesta de la ley divina en los quehaceres de este mundo, pero la historia no deja una enseñanza clara a través de innumerables ejemplos ejerciendo el poder. 

Un caso paradigmático se presenta en el caso del rey Saúl y su sucesor David. Era éste amigo de Jonathan, hijo del rey, y fiel súbdito de su padre. Pero la envidia, en este caso, carcomía sus entrañas debido a las intrigas de palacio, al extremo de querer acabar con la vida de quien ya había  sido elegido por el profeta Samuel, por designio divino, como sucesor de Saúl.  

Todo en vano. El rey se sentía amenazado por el joven David y quiso exterminarlo aunque nunca pudo cumplir sus deseos.

El punto aquí consiste en resaltar el papel de los vicios, la envidia en este caso, en el juego político. Se ve sin motivo lo que no es real, lo que no está presente. Se cae de un conflicto a otro, de una guerra a otra. Sólo a modo de ejemplo, señalamos el del presidente ruso Putin. Desde hace 30 años no cesa de desconfiar de todo: de su entorno político cercano y de los países próximos y lejanos de sus fronteras. Nunca está en paz, contrario a lo señalado por la fe ortodoxa por él, dice, procesada, aunque se persigne muchas veces al día: No vive la fe que profesa, no perdona, agrede sin cesar con y sin razón a sus semejantes, 

Por no ir más lejos, el aborto, la eutanasia, la vigencia del transgénero, se pasean con altanería por los pasillos de la Moncloa, aprobando en España quitar la vida a quien le place, con tal de pedirlo, amparado por unas leyes sin Dios. 

Sin embargo, los indicadores socioeconómicos son los únicos que se los media muestran sin pausa al púbico, que acaba creyendo lo que le conviene.

En fin, lo nefasto reina cuando se ignora la ley de Dios.














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