Con el Papa siempre: no es el caso de Martín Lutero


Martín Lutero.


Cuando estamos ante el Papa  vemos la cabeza visible de Cristo en su Iglesia. Punto. En tiempos de relativismo exacerbado, como el nuestro, esta afirmación se pone en entredicho. Por tanto, no tenemos un punto de partida firme, un principio, del cual se puedan ir deduciendo algunos puntos de acuerdo para lograr, aunque sea un entendimiento parcial, durante el tiempo del diálogo.

Nos gustaría siempre ganar para nuestra forma de ver las cosas frente a los argumentos de los demás, pero salirse con la suya  no es  el fin del diálogo. Se trata de busca la verdad, porque es ahí donde encontramos a Jesucristo: Yo soy la verdad, nos dice. 

Tenemos un historia repleta de errores y apuestas personales frente a la autoridad papal, y esas proponentes siempre han acabado en errores y herejías, fuera de la Iglesia.

El impetuoso Lutero, todavía joven, se encapricha con el atractivo argumento de la "justificación" expuesto en el escrito de las 95 tesis clavadas en la puerta de la catedral de Wittemberg. El hombre tiene una naturaleza corrompida y, por tanto, sus obras nada valen para su salvación porque son pecado. Se requiere entonces la confianza en la aplicación de los méritos de Cristo para lograr la justificación por la sola fe. Esta su forma de pensar aparece ya en 1517, en su juventud, pues apenas  contaba con 34 años de edad. El atractivo de estas doctrinas arrastró a muchos, incluso entre los alumnos y religiosos agustinos de su orden,  donde sobresale su discípulo y defensor Melanchton. 

Fueron inútiles las propuestas para reconocer sus errores y acercase de nuevo a la obediencia de la Iglesia, a pesar de las censuras de varias universidades, incluso después del debate con Juan Eck en la célebre disputa de Leipzig y el fallo definitivo del romano pontífice con su bula de excomunión (Decet Romanum Pontificem, 3 de enero, 1521), defendido radicalmente por el emperador Carlos V en la Dieta de Worms en 1521.

Después de 500 años, los papas han visto conveniente establecer el diálogo con la iglesia luterana y se han dado pasos, no para justificar los errores de ambos lados, sino para limar asperezas y revisar con calma las posturas en ciernes, y, especialmente, ocuparse de tanto dolor, injusticias y sufrimiento en el mundo que nos rodea. No vaya a ser, que las disputas teológicas aneguen la caridad.

A este respecto, Benedicto XVI  apoyaba la idea de que "la fe salva", básica en el planteamiento de Lutero, pero, añadía el pontífice, de nada sirve si nos falta la caridad, el amor.


 

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