Volver a empezar...cada mañana, mientras haya tiempo


Cada mañana ocurre lo mismo. Se duda de si el día necesitará de nosotros, si podremos ser útiles en algo de valía. Son los cuernos de la "pereza", amenazando antes de salir el sol.

Si no estamos convencidos de la valía de lo pequeño, el amanecer se puede oscurecer con las sombras de lo grande, un fantasma de helio, sin consistencia alguna. Pensar en esos momentos es el preludio de una traición a nosotros mismos duradera a lo largo del día.

El despertar es en sí mismo un triunfo digno de agradecer antes de dar permiso a los nubarrones de infinitas posibilidades cuya realidad no es. El agradecimiento debe fundirse con el abrir de ojos, donde nace la disposición de emprender para dar al mundo, a uno mismo, esa aportación mínima, pero real, de una contribución al bienestar propio y ajeno.

No es el tiempo para dárselo al pensamiento, sino a la acción, sin perder siquiera un segundo, sin dialogar con la meliflua voz del engaño. La entrega es la mejor de las apuestas del hombre, aunque no desconozca desde el primer momento el curso del día. Quedarse algo de esa entrega justo al asomarse el primer destello de  luz, es quedarse envuelto en un mar de posibilidades, sin llegar a ningún lado. Renunciar a lo posible en aras de lo real, lleva las de ganar, aún en medio de  estragos.

La victoria mañanera rinde sus frutos en seguida y a lo largo de las horas. Se saluda con garbo a quienes salen al paso, y se acomete cada tarea con la seguridad de un montañero acostumbrado a ir venciendo obstáculos pedetemptim, uno a uno, paso a paso, sin rendirse.

En fin, mañana será otro día, y con él viene una nueva oportunidad.


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