Como la fe no funciona, puedo vivir "a mi manera"



Vayamos por partes. Una cosa es entender; otra, muy distinta, practicar lo entendido. O pintar lo que es, o pintar como me parece.

Sin darnos cuenta, tenemos en nuestra inteligencia la esencia de lo real percibido; al fijar en ello la atención el entendimiento nos da así un concepto. El humilde está abierto a las sensaciones a partir de lo real, sin poner reparos. Esta apertura le permite captar con más fidelidad lo  real de cada cosa. Es decir, no se somete la realidad al pensar, y se piensa a partir de lo real captado. En este proceso  sin tiempo sucede la fecundación más extraordinaria de la creación, inmaterial, sin necesidad de espacio: se pasa de los conceptos al habla, para poder llamar a las cosas por su nombre. Asimismo, el hombre, como ser en relación que es, puede  comunicarse  con su Creador y con las demás criaturas. De esta manera, el hombre puede hablar al referirse a las cosas, pues sin ellas no podría proferir palabra. Entonces, el hombre se alimenta de los frutos de la tierra en un doble sentido: físico y espiritual. Físicamente porque los ingiere, gusta, y deglute para su mantenimiento corporal. Espiritualmente, porque le sirven de base para  engendrar intelectualmente los conceptos. Puede decirse, con razón, que los demás animales tienen a la vista las mismas cosas, pero no pueden hablar. En efecto, así es. Pero carecen de esa parte espiritual que les permitiría aprehender las cosas en sí y abstraer de ellas la esencia de su ser, creando una "palabra interior", en silencio,  antes de proferirla con "voz"  a los demás o en silencio a uno mismo. Este proceso inmaterial, fuera del espacio y del tiempo, se requiere para la concepción de lo real, como preludio del habla, y nos diferencia radicalmente de los demás seres carentes de espíritu.

Guardando las debidas distancias, podemos decir que nosotros hemos existido inmaterialmente desde siempre en la mente divina, concebidos en el querer de la voluntad trinitaria. Pero en un momento determinado aparecemos en la dimensión temporal, sólo durante un tiempo, pero destinados a permanecer para siempre aun cuando la temporalidad concluya.  Mientras, estamos llamados a  crecer y llenar la tierra hasta su consumación, pues  ella se conforma solamente solamente de  materia.

Suele ocurrir, sin embargo, ese tomar la iniciativa y añadir de la propia cosecha a lo que todavía ni siquiera se ha concebido. De esta manera nace el esperpento, un ser caprichoso engendrado a nuestra imagen y semejanza al que se trata de ajustar, mutilándola, la realidad percibida. En esto consiste el hacerse "como dioses", y se hace harto difícil llegar a ser hombre de fe, porque no se recibe, abiertamente, lo recibido por Dios.

En última instancia, no nos fiamos del plan que Dios tiene para cada quien. Y creemos que nuestro plan es superior, y si no se rechaza  totalmente, se van introduciendo ajustes de conveniencia que llevan fuera del camino. Luego, se suele añadir que las cosas no funcionan.

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