Los estados sin justicia crían grandes partidas de bandidos



La Iglesia debe ser pobre, dice Benedicto XVI.


La idea de la frase del encabezado viene del La ciudad de Dios, de san Agustín. Después de 17 siglos, no hemos aprendido de esta máxima, ¡escrita en un libro de teología!

Hoy, la rapiña campea en los estados. Por razones de conveniencia de los líderes, el fraude en todo su amplio espectro ha vuelto a vestirse de gran señora y convive y alterna con los grandes del lugar, prometiéndoles  hacerlos más grandes todavía.

Todavía no hemos descubierto que Dios es pobre. No por fuerza, pues es omnipotente, sino por esencia. Esto es importante porque pudiendo disponer del universo entero y revestirse de gran señor, porque lo es, elige ser pobre ¡aun siendo Dios! Y Dios es "espíritu". Luego la pobreza de espíritu es nuestro modo de vida.

Pero ¿cómo puede conciliarse la idea de Dios con ser pobre? Dios  ha optado por el camino de la "entrega" total de su ser, en la figura del Padre, para así engendrar al Hijo, sin quedarse nada para él.  Un instante eterno, sin principio, que nunca acaba.  Darse, vaciarse por entero, es el camino trinitario para engendrar una segunda persona. De esta entrega infinita procede el amor. El Espíritu se alimenta de este eterno vaciarse para dar vida. Como todo lo infinito, no se entiende ese despojarse eternamente de ser persona para dar a luz a otro ser semejante. La riqueza entonces se halla en el despojo, en el desprendimiento y de ella se concibe el amor, la tercera persona de esa configuración trinitaria, que sigue alimentando esa transacción.

El modelo trinitario se nos propone a todos los hombres. La persona más grande de la historia pasada y porvenir, María, repite ese modelo cuando pronuncia el fiat (hágase). Al asentir de palabra a los designios divinos, se vacía de sus planes, y si bien no  comprende la propuesta encerrada en el anuncio del plan  divino, ella acepta en su vaciedad que Dios, infinito, se albergue en su seno. Sólo así se hace posible la "encarnación" del Verbo y la  "redención" del hombre. Por otra parte, esta encarnación es otro ejercicio de desprendimiento radical del Padre, pues implica entregar a su Hijo a la humanidad, haciéndose hombre, para así salvar lo que estaba perdido; tal era la magnitud del pecado del hombre  contra Dios. Por esto, es el amor del Espíritu el que engendra en María al "salvador" del mundo.

Todo lo demás, el nacer en un pesebre, el huir a Egipto para salvar la vida, el vivir en Nazaret por temer José la presencia en Jerusalén la presencia de un descendiente de Herodes, el aprender un oficio para sobrevivir, el no tener dónde reclinar la cabeza en su vida pública, el pasar hambre, el ser insultado y vejado delante de los representantes del pueblo judío, el sufrir la desnudez durante el suplico y muerte en a cruz, no son sino ejemplos de la "pobreza" radical de quien era el creador del mundo. Es decir, "pobreza de espíritu.

Y no cuesta entender en este modo de vida, la "perfección" de Dios, y nuestra obligación de imitarlo. Por el contrario, el mundo seduce y se quiere medrar sin límites para "ser alguien" en esta vida, aunque ello implique ser un "bandido". Cuesta entender la "pobreza" si se quiere ser como Dios.

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