El trabajo diario, hecho bien, ¿en qué consiste?




Cuando un hombre deja de trabajar o trabaja a medias desperdicia la vida. Si el hombre ha sido hecho para trabajar, ¿en qué consiste exactamente el trabajo?

El bueno de san Pablo, en sus correrías por los pueblos del Mediterráneo, había observado la indolencia de algunos de los pueblos visitados. Se valían de la misma predicación del apóstol, pues pensaban en la cercanía del "fin del mundo". Si ya está cerca el fin, pensaban, ¿para qué trabajar? 

Pablo, que no cesaba de viajar, de trabajar para no ser gravoso a las comunidades visitadas, de escribir y de rezar, les dice a esos tales: "El que no trabaje, que no coma". Y esa máxima ha prevalecido en la tradición de la Iglesia hasta el día de hoy. 

Socialmente hablando, no se considera de buen tono alardear de tener tiempo de sobra. Por el contrario, se aprecia el afirmar de la falta de tiempo, aunque luego las cuentas no salen porque la media de los ciudadanos del llamado mundo civilizado, gastan tres y cuatro horas viendo la televisión o entregándose a los  juegos virtuales, o persiguiendo la última nota de las redes sociales para enviársela a los amigos, con independencia de su valor de verdad o de belleza.

Dios no cesa de trabajar, y se entrega totalmente  para engendrar al Hijo a partir del Padre, de donde procede  el amor del Espíritu Santo. Entonces el hombre, hecho a su imagen y semejanza, logrará su plenitud entregándose al trabajo. Debe concretarse su querer en obras,  y se le juzgará según haya obrado

Visto así, el trabajo consiste en una donación completa de la persona  a la realización de una tarea para producir un bien. Alma y cuerpo se entrelazan y prosiguen el rastro dejado el ejemplo dejado en la creación,  un esfuerzo continuo intelectual y físico, más cargado en uno u otro sentido según la tarea.

De ahí el merecido descanso; diario, del las obras del día; eterno, de las de toda una vida. Por eso es importante conocerse y aceptarse para poder rectificar. Hay quienes no se acaban de conocer nunca y van por la vida "a su aire", en una improvisación continua, sin rumbo. Se requiere de examen diario, por lo menos, para fijarse en esos detalles que afean nuestra conducta. Otros, sí se conocen, pero no se aceptan como son, con errores y aciertos. De ahí surgen toda una serie de descalabros de la personalidad, dignos de tratarse profesionalmente.

Por último, en este proceso, se requiere rectificar. La perfección no existe en este mundo, pero debemos tender a ella, y eso se logra con pequeños actos, o grandes, para ir acumulando virtud en cada aspecto de la vida diaria. Para ir logrando estas metas, todos necesitamos ayuda para vernos como somos y enderezar el rumbo.

De este primer trabajo con uno mismo en  la adquisición de las virtudes humanas, se salta a ese otro trabajo profesional, bien acabado, o acabado con bien.



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