Apenas he escrito nada estos días...por culpa de santa Teresa

En los últimos días, apenas he escrito nada. Se me coló entre mis libros el de las obras completas de santa Teresa de Ávila y, no sin sentir cierto temor, pues ya con anterioridad me había enfrentado a sus escritos, y salía siempre perdiendo; me apartaba de mis lecturas habituales y de mis deseos de escribir, y me engolfaba de tal manera en ella, que se me iba el tiempo considerando su vida, contada por la santa misma, con su habla de aquel tiempo, vivido con tal intensidad, que muy pocos de ayer y hoy podrían emular los pasos y la empresas construidas por Teresa (1515-1582), bautizada como Teresa Sánchez, de abuelo judío converso. Después de los escritos sobre ella de Cervantes, Lope de Vega, Góngora y muchos otros,  no voy a contar nada nuevo, pero en el relato, podrán recordar algunos aspectos de su agitada vida.

Los arrestos de esta mujer le llevan a emprender y superar toda suerte de obstáculos, a sabiendas de que su vida está en las manos de Dios. Sus enfermedades y contrariedades las supera en esa vida de oración continua donde ve a Jesús a su lado, como  hombre, al que ama. Es una relación de amistad y amor (así define la oración) que enseñará a sus monjas para superar las dificultades. En una ocasión, la madre Teresa tuvo un accidente en el camino, su carruaje se descoyunta y cae en el riachuelo por donde iba  a atravesar. Llovía. En medio de esta calamidad se le aparece el Señor y le dice: Teresa, así trato yo a los que quiero. Ella le respondió: Por eso tienes tan pocos. 

Su desparpajo es natural en ella delante de los humildes y de los grandes señores...y señoras. Se sentía llamada a renovar la Orden de Carmelitas  a su primitiva austeridad, la del profeta Elías ("al padre Elías siguiendo...", le cantaba en uno de sus versos) en sus tiempos del monte Carmelo en Israel, y no cejó en su empeño a pesar de todas suerte de adversidades. Y en su camino se encontró con el rey Felipe II, con la princesa de Éboli (viuda, difícil como ella sola, que muere en la cárcel por orden de Felipe II), con el tribunal de la Inquisición, con obispos y frailes despistados, pero también, con los grandes santos de su época: san Juan de la Cruz, san Pedro Alcántara, y algún  santo jesuita (san Francisco de Borja) con quienes se cruzó en el camino en los comienzos de crecimiento espiritual. Al querer vivir la pobreza más rigurosa, prohibió a las doncellas, aspirantes a monjas, traer dote alguna a los conventos, y depender totalmente de las limosnas de las gentes de su entorno. Sólo les pedía para entrar en clausura que fueran inteligentes, pues en el convento todo se puede arreglar menos el ser "bobas", y a los confesores que fueran, además de santos, doctos.

Fundar en su tiempo 17 casas conventuales, no la dejó ni un minuto de descanso en medio de enfermedades y achaques constantes. Teresa de Jesús muere en 1582, a los 67 años de edad, como "hija de la Iglesia", pronunciando estas palabras ante de expirar. De su cuerpo se hicieron mutilaciones inverosímiles, y se guardan como reliquias esparcidas por todo el mundo. El general Franco, por ejemplo, conservó una mano de la santa hasta el día de su muerte, y con ella viajaba a todos lados.

Vale la pena leer, incluso el día de hoy, a quien además de muchas otras cosas, es muy santa, doctora de la Iglesia, culta y decidida, y enamorada de Dios, y de entre los santos, en especial de san José, "que alcanza mucho de Dios", sin dejar nunca la oración en tiempos de "tristeza y turbación", y daba así la razón en uno de sus poemas. "¡Oh hermosura que excedéis/ a todas las hermosuras...".


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