El sol es luz y calor. ¿Y el infierno?: Es puro calor, pero a oscuras



El juicio final, Martin de Vos, 1570.




No nos podemos imaginar siquiera ni el cielo ni el infierno. San Pablo después de una visita al cielo no podía proferir palabra de lo visto. La palabra se basa en la realidad, nace de ella. Al verla, nace una idea y la imaginación proporciona un elemento adicional  para referirse al espectáculo de lo real.

Sin embargo, hay realidades que nos desbordan. El sol, por ejemplo. Tiene 1,4 millones de kms de diámetro, 110 veces mayor que la Tierra. La temperatura de la superficie solar ronda  los 5,300 grados, pero su núcleo está a 15 millones de grados. ¿Podemos imaginar siquiera una temperatura aproximada? No lo creo. Dios hace las cosas a lo grande, y esta (y otras realidades) nos rebasan.

No importa si nos movemos en el "espacio" o en el "tiempo" (el Sol está "sólo" a ocho "minutos luz" de distancia de la Tierra). Estas cantidades nos rebasan. No extraña entonces la incapacidad de san Pablo a la hora de decirnos acerca de ese "tercer cielo" donde fue arrebatado. 

Ahora imaginemos la "eternidad". Ahí no hay tiempo. Una vez transcurridos, digamos, un millar de millones de años, todavía no habría comenzado éso a lo que llamamos "eternidad".

Tampoco podríamos imaginar un condenado ardiendo sin consumirse a, por ejemplo, 15 millones de grados de temperatura. (Debe ser algo más). Pero en el infierno reina la oscuridad. Es calor sin luz. No extraña entonces ver el horror de quienes han presenciado el infierno: santa Teresa, santa Faustina, y los tres pequeños de Fátima, entre otros.

Por eso, cuando en este mundo decimos: "esto es un infierno", no sabemos de qué estamos hablando. Vale la pena pasar mil de los llamados infiernos aquí en la tierra, para no tener que asomarnos ni de cerca a las puertas del verdadero infierno. San Juan Bosco se asomó "en sueños" y tocó una de esas puertas; descubrió al despertar que de verdad se había quemado la mano.

En fin, el cielo no se puede imaginar, pero podemos quedarnos mientras con los versos de la poesía de santa Teresa cuando dice: "Y tan alta vida espero, que muero porque no muero".


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