¿ Qué pasa con la política y los partidos? ¿Se caen? ¿Por qué?






Si se quiere entender el descalabro de los partidos políticos en España y Europa, y ver el surgimiento de formaciones políticas sin antecedentes no está mal indagar dentro de los propios partidos, pero quizá no se encuentre ahí la causa del problema en su totalidad. Convendría mirar también fuera, por si hubiera algún atractivo lo suficientemente importante como para dejar lo de siempre, los partidos, e irse a una nueva forma de pensar política. Pero, sobre todo, se debería analizar al hombre mismo en su situación actual. Es este hombre, en última instancia, quien decide cambiar o permanecer inane ante la marea de estandartes surcando el aire para atraer a los más decididos, o decide permanecer en casa, sin optar por ninguna de las formaciones de moda o tradicionales.

Por un lado, el público advierte la lucha continua entre las diferentes facciones políticas, sin consecuencias positivas para la ciudadanía. Se han olvidado del "bien común", por encima de las diferencias ideológicas. Por eso no hay avance sustantivo en los cambios de gobiernos. Los media se dedican a llenar páginas con estas diatribas.

Pero, en la raíz de estas disquisiciones crecientes, se da una facilitación de las disputas debido a que no se requiere ya de argumentos, de preparación,  a la hora de saltar a la esfera pública para refutar a los contrarios o sostener los puntos de vista propios. Esta tendencia nos viene desde una ideología sin fundamento conocida como relativismo. Desde hace unos años, todo da igual. Por eso me visto,  grito o  cambio de postura cuando quiero. O me callo, quizá cuando debería emitir una opinión fundamentada por exigencias de ese bien común, que nos atañe a todos. 

Esta postura, continúa con la protección de un paraguas universal para toda suerte de majaderías: la tan manida libertad de expresión. Nadie tiene derecho a decirme nada sobre lo que me da la gana de decir, guste o no guste a los demás. Ahí se ampara gente tan corriente como Charo de Corrales, pintora de sí misma como una Virgen de Murillo, semidesnuda, con una mano en la entrepierna, en una exposición en la ciudad de Córdoba. A quienes han criticado su falta de respeto por las creencias de los demás se les ha tildado de "radicales de ultraderecha". Y al joven quien rajó el cuadro de la señora Corrales, le han quitado el derecho a expresarse condenándolo sin remedio y se prevé su detención inmediata.

Por ejemplo, las feministas de España, a la sombra de las europeas, hacen gala de su "maternidad restringida" o nula y piden en las calles facilitar más la inmigración para salir del descenso poblacional sin remedio, y con su ayuda levantar la natalidad. Las feministas tienen derecho a no parir, claman.

Al resumir estas líneas, surge una carencia clara en la juventud: la falta de educación, con raíces en la casa y en la escuela, donde no se acaba se saber, porque no se quiere enseñar, el mínimo para distinguir el bien del mal. 

De ahí el declive de los partidos y el cambio de políticos y de políticas. A la gente no le interesa más quien no es capaz de defender, ni distinguir, la verdad de las imitaciones. El resultado entonces carece de atractivo.


Como todo da lo mismo, en vez de profesionales preocupados por el bienestar, vemos miles de aficionados con el único afán de "medrar" en lo individual, capaces de convertir en poco tiempo la belleza de la tierra en un páramo.








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