Combatir la corrupción con sermones: es como comer mucho arroz para aprender chino







Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, ve el panorama de la "corrupción" como una "plaga mundial". Erradicarlo requiere por tanto de la "cooperación internacional", dijo ante la Cámara de Comercio de Estados Unidos el pasado día 2 de  de abril.

Las conocidas "plagas de Egipto" fueron algo muy distinto. Se mandaron como un castigo a un lugar específico, para facilitar la salida del pueblo judío de la opresión egipcia. Pero la "plaga" mencionada por Lagarde es "mundial", y se refiere a la "corrupción" de las costumbres en la esfera de lo económico. Ella bien lo sabe, pues estuvo imputada por el "caso Tapiè" en 2008. Asimismo, Dominique Strauss-Khan, su antecesor en el FMI (2007-2011) tuvo además problemas con la justicia en USA, más allá del ámbito económico, al entrelazar su vida profesional con un escándalo sexual. No es raro entonces  detectar la unión de estas dos plagas, como si la ambición crematística atrajera la sexual a su entorno.

¿Cómo vienen a juntarse estas plagas? Veamos. Las dos se reducen casi a un único componente "material". La seducción de la riqueza y la de la carne  puede dar al traste con el orden de los afectos, incapaces de orientarse y dirigirse al fin último.

Un viejo amigo,  atraído por las lenguas orientales, se propuso comer mucho arroz con el fin de facilitarse el aprendizaje del idioma chino. Pensaba: los chinos comen mucho arroz, luego... Algo así  deben pensar  quienes saben muchas cosas del mundo y del hombre, pero no acaban de encontrar a Dios en sus devaneos científicos, como le ocurrió al orimer astronauta ruso Yuri Gagarin. Dijo con sorna:  he dado varias vueltas por el espacio, pero no he visto a Dios. 

Por eso, un incrédulo, ávido de ciencia, llega tan lejos en su fe como se lo permitan las conclusiones del evolucionismo.

Son caminos distintos. La ciencia de los sabios deviene en necedad, si se apoya sólo  en la razón. Dejaría fuera todo esa gran infinitud accesible sólo mediante la fe.  Sólo así se explica cómo grandes y afamados científicos alardean de enderezar entuertos por haber "verificado" que fue el hombre quien ha creado a Dios, y "no" al mito contrario.

Por eso desestiman cualquier tradición cuando evoca lo divino al comienzo y la final de la vida, pues se percibe como un freno a la libertad de seguir las apetencias del hombre sin restricción alguna. 

Esto sería el caso de dos plagas actuales en boga desatado especialmente en todos los países "adelantados", en todas los estrtos sociales, en todas las culturas.

No resulta difícil saber  hasta dónde llega esta epidemia y su  relación con la otra: la del sexo. Lo penetra todo, desde lo más recóndito  de los aposentos reales y las oficinas presidenciales hasta los catres de cualquier favela.  

El impulso erótico tiene su origen en ese afán desmedido de satisfacer aquí y ahora los llamados del instinto sexual. Este deseo implica, en cierto modo, una "carencia" (para algunos especialistas en el significado de "eros"). 

En la relación entre estas dos plagas reside ese querer ser autosuficiente, prescindiendo así de la esperanza de llegar a obtener lo que se cree. No se comprende por ende en qué consiste la "pobreza de espíritu", dejados como están los apetitos a su aire, queriendo poseerlo todo.

Desde luego,  la corrupción puede tener su origen en una "carencia". Pero no por ello se justifica el actuar sin freno de una persona, especialmente cuando se da entre gente dotada con recursos suficientes, como ocurre en  el mundo de la empresa privada y en la política,  fértiles campos para la invasión de todo tipo de plagas. Los casos de corrupción, por su cuantía,  moral hoy no dejan ver el sol. 

La "plaga" de corrupción, como la denomina la señora Lagarde, como es lógico, es el resultado de años de permisividad, en la familia, en los sistemas educativos y los sistemas legales de la sociedad en general. Se quiere obtener lo mejor, rápidamente, sin apenas esfuerzo. El deseo de poseer ahora, lo apetecido, a toda costa.  Es decir, la virtud de la templanza no se cultiva, y poco importa el temor de ofender a Dios si se ha cultivado la idea  de que, por ese lado,  no hay castigo.  Entonces, ante la falta de "moderación" es imposible cultivar la continencia y la castidad, así como la falta de "modestia". 

En conclusión, tanto las virtudes de la esperanza y la templanza se relacionan con la bienaventuranza referida a los pobres de espíritu. Implican un cierto desprendimiento de las llamadas de lo inmediato y de la autosuficiencia.

Es decir, el equivalente de comer arroz en abundancia para aprender el chino, consiste en saber decir que no cuando llama a tu puerta la ocasión. Discernir con la inteligencia y enrocarse con la voluntad para no hacer lo indebido. Se requiere de un buen entrenamiento, bajo la dirección de un buen "coach". 







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