Dios sólo sabe hacer una cosa; por eso la hace muy bien

Una de las reprensiones amables de Jesús, invitado a casa de sus  amigos en Betania, se la dirige a Marta, la hermana del anfitrión Lázaro, por quejarse de su hermana María, sentada a sus pies, mientras ella se "afanaba" por dejar todo listo para la comida de los comensales: Jesús y amigos, unos doce.

Tú, Marta, le advierte Jesús, te afanas por muchas cosas, pero una sólo es importante. Y así se nos desvela el secreto de la vida: saber hacer esa cosa bien. Ese es el gran reto, por ejemplo,  en el hoy tan ambiguo campo de la educación. El "divertirse", queriendo abarcar muchas cosas, conlleva a la falta de serenidad ante la dispersión. Pero ante la variedad de ofertas,  se necesita  el orden como  el elemento unificador de las diferentes tareas a realizar y sopesar su contribución para ser uno mismo. De otra manera, la tarea nos degradaría al ir configurándonos por debajo de lo que somos.

En la dispersión florecen los espinos ante la falta de amor, o, dicho de una manera positiva, en la unidad es donde se hace posible el amor. El ejemplo concreto de este paradigma se da en la creación. Tanto el hombre como las cosas creadas  tienen un elemento común en su gran diversidad. Dios, por ser amor, sólo amar sabe e imprime ese su sello en cada uno de sus trabajos. Él sólo sabe amar y por eso todo lo hace tan bien.

El amor es creativo. La guerra, por el contrario, con su llamada al derramamiento de sangre, se consideraba en las culturas mesoamericanas como el origen del mundo. La sangre de las luchas entre los dioses estaba en el origen de todas las cosas. 
La consecuencia de tal visión incitaba a los pueblos de esas latitudes a una guerra perpetua: la sangre de la guerra alentaba además el favor de los dioses. Pero con la llegada del catolicismo, la sangre de la guerra se trastoca en Redención, y  la proliferación del culto de la religión católica, sirve como  elemento clave para unir los pueblos de México, de manera especial, con la llegada de la Virgen de Guadalupe y la devoción despertada por esta figura materna.

De nuevo, es el amor y no la guerra, aun con grandes limitaciones en su aplicación humana, lo que puede unir a una persona con las demás y a un pueblo con otros pueblos. Las conflagraciones y disputas nacen al perder de vista el bien común, cuyo ideario está inscrito en la página del amor. Al alejarnos entonces del creador, se resquebraja la semejanza con él,  surgen las posturas irreconciliables nacidas del "amor propio", ajeno por completo a las necesidades de los demás. 

Cada persona es el reflejo de la música que escucha, decía John Lennon.


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