¿Por qué el hombre podría estar perdiendo la fe?






Las apariciones de la Virgen tienden a visitar a personas insignificantes, humanamente hablando. Todos nos preguntamos ¿por qué? 

No podemos pensar en estas apariciones como si fueran  fruto de la casualidad, como si  no tuvieran un propósito bien definido, en especial si vemos una pauta específica. Se puede adelantar que la apertura a los mensajes bien pudiera estar como la primera causa de este recurrir a la gente sencilla.

En el caso del indio Juan Diego, santo ahora, esa visita de la llamada Virgen de Guadalupe,  en 1531, abrió la puerta para la conversión al catolicismo no sólo de México, sino de toda América Latina. El mismo Octavio Paz lo afirmaba en uno de sus escritos: el papel decisivo de estas apariciones para el cambio de rumbo de tantas  culturas y el hondo calado abierto en las creencias y costumbres de estos pueblos. Cuando el gran poeta Paz narraba sus pensamientos sobre este particular, estaba, en ese entonces, lejos de la fe católica, aunque, se sabe cómo en sus últimas horas, murió bajo los auspicios de esa fe. Todo un continente se abriría a la fe después  de la aparición de la Virgen de Guadalupe a un indígena sin fuerza alguna para influir en su desarrollo en el cerro del Tepeyac, ciudad de México.

Entonces esa fe debe tener algún aspecto no aparente capaz de transformar la vida de quienes la reciben, con independencia de su edad y razón. 

Podríamos comenzar distinguiendo entre conocimiento revelado y conocimiento racional, científico. Naturalmente, si hablamos de conocimiento se refiere a algo verdadero. Si no hay verdad, no hay conocimiento. Hay "ignorancia".

El hombre está dotado de razón. Mediante su uso, discurriendo,  se puede acceder a la verdad de las cosas. Pero si nos topamos con algo simplicísimo, no habría manera de discurrir sobre ello. No tendría partes para añadir ni se podría dividir; tampoco entonces se podría analizar o hacer una síntesis. Este es el caso de Dios. Por tanto, nuestro conocimiento de él no se logra mediante un esfuerzo "discursivo" de la razón, sino porque nos es dado, gratuitamente. Ante este hecho, sólo cabe la "adhesión" del entendimiento a esa verdad revelada por Dios, ya que el hombre no la alcanzaría por sus propios medios.

Entonces, tendríamos así un conocimiento revelado, y otro adquirido por el trabajo de la razón. Éste se requiere para el "progreso temporal" y nos interesa en tanto contribuya a mejorar la sociedad humana. Nuestras "consideracioncillas", como decía la grande de Ávila, nada se relacionan con lo conseguido en una intuición, como regalo.

Todo esto viene a cuento para discernir cómo la Madre de Dios, se ha fijado al venir a visitar a los hombres, en criaturas, humanamente hablando de bien poca valía. Es el caso de la aparición de la Guadalupana al indígena Juan Diego. Y lo mismo en las apariciones de Lourdes y las de Fátima (1917), por no mencionar otras similares (Medalla Milagrosa, La Salette, las dos en Francia). Lo revelado se cuela como sin querer por el entendimiento humano, aunque no entienda. Entonces, lo revelado se acepta no por lo dicho sino por quien lo dice. Es la autoridad venida de Dios donde se asienta todo el contenido de la fe, venido de la Tradición o del Magisterio.

Así las cosas, no hay cosas pequeñas para Dios. Él, infinito, inmenso, puede caber en lo finito y mensurable. Lo más grande en lo mínimo. Por tanto, el conocimiento de Dios se va dando en esos rastros de la "palabra" dicha al hombre desde el principio. Su poso se va desvelando en la interpretación magisterial. Por ejemplo, en la aparición de Lourdes en 1858, la Virgen se nos muestra ahora con una corona donde se lee en "patois", un dialecto pirenaico a caballo entre francés y español, la verdad de fe proclamada por al Iglesia cuatro años antes: Yo soy la Inmaculada Concepción. La niña Bernadette no tenía ni idea de tal dogma ni del significado de tales palabras, pero es llamada a transmitir esta verdad para darle vida en el catolicismo de Francia y Europa, antes de extenderse la centralidad de esta devoción en todo el mundo. Así, esta niña de 14 años, pobre e ignorante,  tenía el encargo de "ir y decir" a los sacerdotes el mensaje recibido.

Decíamos cómo la fe se cuela por los rincones del alma sin saberse su recorrido. Y al modo de los milagros, ni la ciencia ni la medicina, pueden descubrir su operatividad. Por eso la fe católica, exige el concurso de lo inexplicable (el milagro) a la hora de pronunciarse sobre la santidad de sus fieles.

En conclusión: el hombre podría estar perdiendo la fe por abandonarse en la moda fácil del relativismo.  El marco de la realidad  queda indefinido. Las cosas no son lo que parecen. El  uso natural de la razón quiere resolverlo todo, pero se  cierra a otras  realidades "inexplicables". También, se va haciendo más común el reinado de la mentira. Al no saber con certeza el porqué de la presencia del hombre sobre la tierra, es fácil distraerse de su verdadero fin, determinado de antemano por su creador. De ahí la presencia de tanto error y confusión en nuestros días.

La fe es en realidad una respuesta a lo que Dios dice. Para ello se requiere, en primer lugar, escuchar (como en el shema en tiempos de Moisés)Y hoy se dificulta la escucha porque hay mucho ruido. Dios suele hablar en el silencio. Además, cuando lo hay, llega a exasperar a muchos, haciéndolo insoportable. 

Los "misterios" de nuestra fe entonces rebasan los alcances de la razón y se requiere de humildad recia para aceptar, por ejemplo, la virginidad de María, su maternidad divina,  su concepción inmaculada,  pues su verdad rebasa la forma de operar de nuestra razón.




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