El hombre es... ¡semejanza de Dios!







---Oye, fíjate en Pedro. Para él no pasa el tiempo. Está siempre igual.

Cuantas veces no hemos oído este comentario, sin reparar en la sencilla y grandiosa verdad encerrada en esas palabras.

Con esta expresión se está diciendo sin querer, de la grandeza de Dios:  para él no pasa el tiempo, está siempre igual. Y es que se nos escapa la idea de nuestra semejanza divina. Estamos hechos a imagen de Dios. 

Cuando vamos por la calle de cualquier ciudad, quizá nos cueste trabajo al mirar a los transeúntes, adivinar la grandeza de su persona y su misión. Pero también nos llevaría arduo trabajo entrar en un convento de clausura, y, al ver a los frailes desfilar por los claustros, caer rendidos porque su efigie y movimientos nos recuerdan a lo divino.

Pues no,  resulta difícil imaginarse a Dios como un fraile, yendo de una parte a otra con la cabeza baja cubierta con la capucha de su hábito. Asimismo, la agresividad de la calle, especialmente en las grandes urbes, la rapidez de los desplazamientos de los ciudadanos en coche o a pie, y la soledad manifiesta en muchos no suele llevar a levantar el corazón a Dios. Como le ocurría a la "santaza" de Ávila cuando una señora de alcurnia le mostraba en su palacio la complacencia ante unos cristales especialmente  brillantes formando un collar, pues para Teresa de Ávila esos diamantes no pasaban de ser "cristales". Las  grandes cosas de este mundo.

Este moverse del hombre por la tierra, desde Adán hasta nuestros días, con el fin de aparecer, de ser considerado por los demás, si se pudiere, en las crónicas sociales,  ser nombrado en las conversaciones ajenas, pierde de vista lo esencial: ese saludo continuo
de cariño a quien por un lado pasa. La disposición de ayudar, si lo requiriese, al "próximo". 

El pasar con alegría por el camino de la vida. Hace unos años, al visitar las catacumbas bajo la cúpula de san Pedro en Roma, le llamó la atención, al desfilar por los estrechos pasadizos sembrados de recuerdos dos veces milenarios, la marca cristiana en una de las lápidas, con la siguiente leyenda: "Aquí yace Cayo, quien fue amigo de sus amigos y vivió siempre alegre".

Una gran lección para el hombre de nuestro tiempo, por la semejanza con su creador.


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